Noticias de Quilmes
12/11/2009.
Antonino tenía 77 cuando falleció después de convivir durante seis interminables años bajo los efectos del Mal de Alzheimer -además de sufrir una hemiplejía en su parte corporal izquierda que no lo dejaba moverse por sus propios medios-. A pesar de tener una buena jubilación -de más de 25 años de actividad en Vialidad provincial-, los pesos se empezaron a esfumar apenas se cobraban: entre medicamentos, cuidadores domiciliarios, pañales, gasas, guantes y descartables, el alquiler de una cama ortopédica y de un colchón de agua, la silla de ruedas, la comida especial, las pomadas y lociones para las escaras, entre otros, Inelda -su esposa- tuvo que arreglárselas además para mantener la casa con todos los gastos que esto implica. Ella, hasta ese momento, nunca imaginó -como mucha gente- lo caro que puede llegar a costar mantener a una persona dependiente en la actualidad.
Una persona dependiente es, según las coincidencias de los especialistas actuales, aquella que pierde su funcionalidad. Es decir, aquella persona en la que se ve reducida su autonomía para realizar las diferentes actividades de la vida diaria: bañarse, vestirse, usar el inodoro, movilizarse y alimentarse. Pero, además, están aquellas actividades que son las que los conectan con el afuera que también pueden verse limitadas como, por ejemplo, usar un transporte, hacer sus compras, usar el teléfono, controlar sus medicamentos y realizar las tareas domésticas, entre otras.
Las tendencias pronostican que a medida que avanza la edad, la posibilidad de perder la funcionalidad aumentan. En este sentido, en Argentina, según un informe realizado por la Universidad Isalud, el 12,66% de las personas de 65 años y más necesita la ayuda de un tercero para efectuar al menos una actividad de la vida diaria o actividad instrumental. Dicha proporción representaba a alrededor de 375 mil personas, siendo significativo el aumento de la prevalencia de vejez frágil entre las personas de edad extrema: el 30,9% de las personas de 80 y más años requerían alguna ayuda para el desempeño de todos los días.
Ahora bien. Para estas personas es necesaria una ayuda específica que se conoce como “cuidados domiciliarios”; es decir, un conjunto de servicios sanitarios y sociales, prestados a las personas en sus hogares, para que puedan permanecer en ellos el mayor tiempo posible y con el mayor grado de autonomía. La principal característica de estos cuidados es que se prestan durante períodos de tiempo prolongados y suelen requerir de una importante cantidad de recursos en términos de servicios formales (por los que se paga) o informales (por los que no se paga).
En nuestro país, y según el registro obtenido en la encuesta sobre Condiciones de Vida de la Población -Siempro 2001-, el 84,4% de las familias se hacía cargo de la persona dependiente. En este punto, el 74% son familiares convivientes. Del total de los casos consultados, sólo un 15,2 % tenía personal contratado, es decir, cuidadores domiciliarios.
Para Silvia Gascón, directora de la Maestría en Gestión de Servicios de Gerontología de la Universidad Isalud, “la familia ha sido el instrumento no presupuestario con el que los gobiernos hacen frente a la dependencia. La evolución demográfica, el crecimiento del número de personas con dependencia y los cambios familiares y sociales no permiten mantener el actual sistema de cuidados de larga duración, cuyo peso recae en la familia, especialmente en las mujeres”.
CUIDADOS DOMICILIARIOS
Hay diferentes alternativas que se pueden llegar a desarrollar en el cuidado de un adulto mayor dependiente en su domicilio. Una de las opciones es la de cuidados informales. En este sentido, sería la pareja, familiares, amigos o vecinos los encargados de ayudar a la persona que ha perdido la autonomía. Estos cuidadores, en general, no tienen el entrenamiento adecuado para las tareas.
“Las cuidadoras informales son, en primer lugar, mujeres en un porcentaje cercano al 90%; casi siempre hijas, esposas o nueras. En segundo lugar trabajadores domésticos que no cuentan con herramientas adecuadas ni han recibido ninguna capacitación para hacerlo. En tercer lugar, trabajadores de la salud con escaso conocimiento específico”, asegura Gascón.
Si se tiene en cuenta que a este tipo de cuidadores no se les paga formalmente se tomaría como la opción más económica. Pero hay que tener en cuenta que las horas que estos cuidadores pasan ayudando es tiempo perdido en término laboral. En este sentido, en una investigación elaborada -entre otros- por la economista Malena Monteverde sobre costos en la dependencia se registró que, en Buenos Aires y según el sexo, edad y nivel de educación de los cuidadores, por las horas que se pasaban al cuidado de una persona dependiente, se estarían dejando de percibir -en 2006- un total de 9 pesos por hora de trabajo en el mercado laboral.
Según lo que pudo averiguar EL DIA, la hora de trabajo de una cuidadora domiciliaria formal ronda entre 10 y 12 pesos. Es decir que, si un adulto mayor dependiente -por poner un ejemplo- vive con su hija y ésta no la puede cuidar durante su jornada laboral (8 horas diarias por cinco días semanales), al mes estaría abonando por los cuidados contratados alrededor de 1800 pesos.
Otras familias, que no conviven con el adulto mayor, se inclinan por contratar una empleada (capacitada o no) que se integre a vivir con el anciano y conviva con él. Para este caso, la cifra base aproximada es de 2000 pesos y se incrementa según el tipo de estudio (enfermería, gerontología, cuidados especiales) que pueda llegar a tener la empleada. En algunas ocasiones, este cuidado de 24 horas se divide en dos jornadas -o incluso tres- con sus cuidadores correspondientes, por lo que los costos aumentarían notablemente.
“En la ciudad hay una tendencia que se acentúa. La familias optan por contratar personal no calificado para que esté con la persona dependiente y para que se hagan cargo, principalmente, de todas las tareas de la casa. Como hay mucha necesidad laboral, las ofertas se aceptan sin condiciones. La empleada se queda 24 horas, le pagan por 12 y se tiene que encargar de algo para lo que no está preparada”, asegura Juana Ayala, enfermera integrante de la Red Mayor de La Plata y coordinadora del curso gratuito de “cuidadores domiciliarios” dependiente del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
CUIDADOS EN RESIDENCIAS
Cuando las personas requieren de una atención permanente y cuidados especiales la opción suele ser la internación geriátrica. Según los datos provenientes del último Censo Nacional de Población, Hogares y Vivienda -2001- el 2,2% de la población de mayores de 60 años de Buenos Aires estaba institucionalizada; esto sería, alrededor de 40 mil personas.
La oferta estatal no alienta. Sólo hay un geriátrico para la tercera edad funcionando en Villa Elisa y está “abarrotado”. Conseguir una cama geriátrica por las obras sociales puede llegar a ser un trámite engorroso y “largo”. Pami, por ejemplo, puede llegar a reconocer el monto total o parcial (entre 20 y 80%) de la estadía. En ninguno de los dos casos se incluyen los gastos de medicamentos y otros “enseres personales de uso individual (vestimenta, material de entretenimiento, insumos médicos no establecidos en el contrato suscripto con el prestador, tales como pañales u otros)”.
Los precios, como todo, aumentan con la calidad. De todos modos, la base, se mantiene entre 1800 y 2500 pesos. “Claro que podés conseguir por 600 ó 700 pesos. Pero es en esos, que no están habilitados y no tienen profesionales, donde ocurren las desgracias”, se quejó el dueño de un geriátrico manifestando que con esos precios es imposible competir.
Las estadías, en general, son mensuales. Pero hay algunos que permiten dos modalidades tendientes a “alivianar” la tarea de los familiares con los que conviven sin sentir esa “culpa” que algunos manifiestan por la internación geriátrica. En este sentido, la estadía transitoria diurna y la estadía nocturna (sólo quedarse a dormir alguna noche) son tendencias que se acentúan en la Ciudad.
La mayoría de los geriátricos consultados operan con la siguiente metodología: cobrar un básico en el que no se incluyen ni los pañales ni los medicamentos. Sólo comida y estadía. Los precios aumentan, directamente proporcional, con el aumento de la dependencia: si un adulto mayor no camina, no controla esfínteres y no puede comer sólo, el precio base que se maneja ronda los $3000.
Obviamente que estos precios son para las residencias más “comunes”. Hay algunos geriátricos de “excelencia” por el que las familias llegan a pagar hasta 10 mil pesos por mes. Claro que a estos, son muy pocos los que tienen acceso.
ENVEJECER EN CASA
Una persona puede ser dependiente por el sólo hecho de no poder cruzar solo una calle o por no poder prender la cocina por sus propios medios. No necesariamente tiene que tener una enfermedad mental. En este sentido, son muchos los especialistas que insisten en los beneficios de envejecer en casa. “Muchas veces se interna a un adulto mayor porque no puede ir al baño solo. Sin embargo, con un cuidador domiciliario, esto se solucionaría y la persona no sufriría el desarraigo que implica el tener que dejar su casa estando en pleno conocimiento de la situación”, opina Juana Ayala.
La población de la Ciudad se encuentra en un proceso avanzado en la transición demográfica; la proporción de niños se está reduciendo y está aumentando la de los mayores. Para Silvia Gascón, “las personas de 65 años y más constituyen el 11,8% de la población; es decir que, estamos en presencia, de una población envejecida. Sin embargo -remata la especialista- aún no se cuenta con servicios que ayuden a que las personas mayores puedan lograr la aspiración de envejecer en casa”.
Algunas veces Antonino se daba cuenta de sus limitaciones y hacía rechinar los dientes una y otra vez. Pero, al estar en su casa, bajo la sombra de esos cítricos que en épocas pasadas bien supo cuidar y hacer dar frutos, la mirada se le perdía entre nietos y sobrinos que jugaban a su alrededor. De vez en cuando las sonrisas le ganaban al Alzheimer. Estaba tranquilo, en su casa, y eso se notaba.