La situación de las mujeres en América Latina recorre caminos intrincados y difíciles. El cuidado de una o más personas adultas mayores en las familias está siendo asumido por las mujeres y cada vez más frecuentemente por mujeres adultas mayores, sin tener en cuenta responsabilidades compartidas por mujeres y hombres, pero también por familias y gobiernos.
El carácter acelerado y diferencial del envejecimiento exige, específicamente para América Latina, un cambio de enfoque acerca de los cuidados, tanto en lo que se refiere al papel de mujeres y hombres, como al que atañe a los gobiernos. Actualmente prevalece la idea de que temas tales como el del cuidado de las personas adultas mayores que lo requieren, corresponde al campo de lo privado, al mundo de las familias, lugar social naturalizado como si fuese propio solamente de las mujeres. Por ello es común esperar que sean éstas quienes, sin cuestionamiento alguno, asuman dicho papel y además –sin importar las circunstancias- lo desempeñen amorosamente. No obstante, la realidad, constatada además por diversos estudios, es mucho más compleja: las mujeres -incluso cuando han alcanzado la vejez- se han ido apropiando cada vez más de sus vidas y comienza a anidar en ellas el sentimiento de disconformidad con pautas y roles que las aprisionan, negando su derecho a imaginar proyectos de vida que superen formas estereotipadas de considerar su papel en el mundo.
La falta de colaboración estatal y la inexistencia de políticas públicas destinadas a apoyar a las familias en las tareas de cuidado, dejan, especialmente a las mujeres, en un estado de desamparo social y en una situación tan dependiente como la de las personas que requieren cuidados. Así, la suerte de unas y otras queda en manos de la calidad de los vínculos afectivos que se hayan podido llegar a construir en sus mutuas relaciones. Surge entonces el riesgo de malos tratos, tanto por parte de quienes proporcionan cuidados como de quienes los reciben. Sin duda por ello y dada la cada vez mayor conciencia de tal riesgo, muchas personas en la vejez, o sólo al pensar en ella, temen más a la posibilidad de llegar a ser dependientes que a la muerte. Y la dependencia, si bien no es un destino inexorable de todas las personas en la vejez, tampoco tiene que representar, para quien precisa cuidados, prescindir de su condición de persona, capaz de pronunciarse en muchas formas y, en cualquier caso, merecedora de respeto y de reconocimiento como tal.
De ahí que dado el carácter universal y diverso del envejecimiento, se requieran medidas estatales diferenciadas que ofrezcan alternativas como los cuidados profesionales a domicilio cofinanciados por el Estado, teniendo en cuenta que las sociedades actuales están buscando y encontrando, cada día más, respuestas distintas a los tradicionales Hogares de Adultos Mayores. Asimismo, es necesaria una nueva concepción de solidaridad familiar y de responsabilidad social, en la que compartan mujeres y hombres, y en la que aporten gobiernos y familias.
El envejecimiento y la longevidad representan una conquista alcanzada por la humanidad, a la vez que una oportunidad, junto con el desafío de saberla interpretar y aprovechar. Ineludible resulta entonces la necesidad de avanzar hacia relaciones más equitativas y justas entre mujeres y hombres, al igual que entre Estados y familias. Cambiar el enfoque y las medidas relacionadas con los cuidados es, por lo tanto, una prioridad crucial.
Ximena Romero – Coordinadora de
Christel Wasiek – Asesora de
1 de Marzo de 2009.