Respetar y estimular la autonomía de las personas adultas mayores es una prioridad de la sociedad actual, a la vez que un compromiso fundamental de quienes trabajan cada día en relación con el envejecimiento y la vejez. El asunto es de primordial importancia si realmente buscamos el pleno respeto a los derechos de las personas viejas, lo cual constituye un presupuesto básico para avanzar en el logro de sociedades verdaderamente inclusivas: para todas las edades.
Pero ¿qué es la autonomía? Y ¿qué significa: autonomía en la vejez?
María Molinere define la autonomía como la facultad para gobernar las propias acciones, sin depender de otra persona. Y algunos especialistas en el comportamiento humano la equiparan con búsqueda de identidad e individuación, relacionando el desarrollo de la autonomía con el de la autoconfianza y considerándola necesaria y saludable en todos los períodos de la vida. En tal sentido, Betty Friedan, defensora de los derechos de las mujeres y de las personas viejas, plantea que un aspecto fundamental para vivir la vejez con satisfacción y bienestar es la autonomía, entendida como posibilidad de auto-decisión. Ello no significa, sin embargo, que la autonomía sea un mero acto de voluntad individual que pueda desarrollarse sin tener en cuenta el sistema de relaciones interpersonales y el contexto social, cultural e histórico en que la persona se haya inserta.
La autonomía tiene que ver, entonces, con el ejercicio de las libertades individuales, esto es, con la posibilidad de tomar decisiones y de pronunciarse con respecto a todas aquellas cuestiones que hacen parte, tanto de la vida privada, como pública. Por esta razón el desarrollo de la autonomía personal está íntimamente ligado con el ejercicio de los derechos humanos.
Entendida como condición inherente al desarrollo personal, independientemente de la edad, la autonomía se entreteje en contextos históricos, sociales y culturales y va caracterizando las biografías personales. Por ello, estimular el desarrollo de la autonomía implica favorecer la existencia de condiciones políticas, sociales y culturales que la hagan posible y permitan su maximización a lo largo de toda la vida.
Cuando, como fruto del predominio de visiones estereotipadas y de falsas creencias sobre el envejecer y el ser persona vieja, se ponen en entredicho las capacidades de las personas adultas mayores para decidir por sí mismas, se valida de manera ilegítima el poder de terceras personas y de instituciones para relativizar e incluso para conculcar el derecho de las personas viejas a decidir y a gobernarse por sí mismas. Relaciones tales como el asistencialismo o el proteccionismo, desempoderan a las personas transformándolas en sujetos de asistencia, de beneficencia, sustrayéndoles así su condición de sujetos de derechos.
Avanzar en la dirección del desarrollo de sociedades para todas las edades requiere fomentar prácticas liberadoras de estigmas asociados con la edad, fuertemente entronizados en formas de pensar y actuar frente al envejecimiento y la vejez. De ahí la importancia de fortalecer condiciones que favorezcan el desarrollo de la autonomía de las personas a lo largo de la vida, con énfasis en la vejez –cuando tantas veces la capacidad decisoria se ve amenazada-. Ello permitirá que el creciente aumento de la longevidad sea realmente una contribución al equitativo desarrollo de nuestras sociedades.
Ximena Romero – Coordinadora de la RLG
Christel Wasiek – Asesora de la RLG
Septiembre 2011.