Silvio Aristizábal Giraldo.
A pocas cuadras de distancia de mi casa en Bogotá veo diariamente a una mujer en una esquina de la calle vendiendo billetes de lotería. Hace algunos días le pregunté por el tiempo que lleva en ese oficio y me respondió que lo inició a los pocos meses de muerto su esposo, y desde entonces hasta hoy, han transcurrido 19 años. Me contó, además que se casó a los 18 y su matrimonio duró 28. Sumo mentalmente las cantidades y me resultan 55 años. Son casi 20 años de trabajo los de esta mujer en la calle, el tiempo que en el sistema de seguridad social tradicional necesitaba un obrero para acceder a su pensión.
La escena se repite con pocas variaciones a lo largo de los andenes. Llevo 15 años viviendo en este sector de la ciudad y me doy cuenta que entre los vendedores ambulantes hay una gran cantidad de mujeres. Algunas jóvenes, que traen consigo a su bebé recién nacido, seguramente madres solteras, otras no tan jóvenes y, definitivamente, un número considerable de viejas que, a su edad, tendrían derecho a estar en su casa disfrutando de sus nietos o dedicadas a alguna actividad diferente. Pero no. Están obligadas a trabajar para conseguir el sustento propio e, incluso, colaborar con el de los hijos y otros parientes.
¿Cuánto tiempo más estará la mujer que vende lotería en esa congestionada calle, soportando las inclemencias de la lluvia, el sol y la contaminación vehicular?, ¿y las otras vendedoras?
La respuesta a este interrogante remite al tema de la mayor esperanza de vida en las mujeres, y, por tanto, al fenómeno de la feminización del envejecimiento y la vejez. Problema asociado, a su vez, con la feminización de la pobreza.
El libro Envejecimiento derechos humanos y políticas públicas de la CEPAL (2009), afirma que en América Latina por cada 100 hombres hay 121 mujeres mayores de 60 años. Según un Boletín del CELADE, en el año 2010 las mujeres mayores de 60 años en América Latina sumaban 31,4 millones, el equivalente al 54,9% de la población de la región. Frente a esta cifra de mujeres, el porcentaje de hombres era de 45.1%, en números redondos 25 millones 800 mil personas. Una diferencia cercana a 10 puntos porcentuales, que equivale aproximadamente a seis millones de mujeres más que hombres, en ese grupo etáreo.
En relación con el mismo tema el CELADE (Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía), en sus proyecciones para 2010, estimaba que en la región los hombres mayores de 60 años representarían el 9% de la población masculina, mientras las mujeres del mismo segmento de edad serían el 10.7% de la población femenina. Las cifras aluden al promedio regional, pero cada país se comporta de manera diferente: en Uruguay el porcentaje de mujeres mayores de 60 años equivale al 21% de la población femenina total. En cambio, para el Salvador, Panamá y Costa Rica las cifras son ligeramente mayores al 10%.
¿Cuántos años más viven las mujeres en comparación con los hombres? Es otro dato interesante y aquí también las diferencias son notables: mientras que para el período 2005 – 2010, las mujeres en Uruguay vivieron 5.4 años más que los hombres, y en Argentina 5.2, Haití reporta una vida más larga para las mujeres que para los hombres sólo de 1.4 años, en Paraguay y México la cifra es de 1.8 y 1.9 años respectivamente. A los datos anteriores se agrega que en el 2010 el 30% de las mujeres mayores de 60 años, o lo que es lo mismo, 3 de cada 10, tenían 75 años o más.
Los datos anteriores son suficientes para demostrar un hecho contundente: en términos generales, las mujeres viven más tiempo que los hombres. Sin embargo, esto no significa que la longevidad femenina esté asociada a una mejor calidad de vida, como lo señalan los diagnósticos sobre el tema:
- El número de mujeres viejas que cuenta con protección social, representada en una pensión, es menor que el número de hombres (En 2007, sólo el 10% de las mujeres mayores de 60 años recibía pensión de jubilación en República Dominicana, Honduras, Paraguay, Bolivia y Colombia)
- Mientras los hombres viejos, en promedio, viven más años libres de discapacidad, en las mujeres el tiempo de discapacidad es mayor.
- Los índices de analfabetismo son mayores en las mujeres que en los hombres, y sus niveles de escolaridad son igualmente menores. Esto significa que sus posibilidades de encontrar empleo también están disminuidas.
- La viudez afecta a un alto porcentaje de mujeres viejas (40% según una muestra realizada en 16 países de la región en 2008). Cabe anotar que la viudez, frecuentemente, conlleva soledad y abandono.
- La violencia intrafamiliar tiene entre sus víctimas preferidas a las mujeres viejas.
- La mayoría de mujeres en nuestros países envejece y vive la vejez en un contexto de pobreza y sin posibilidades de unos ingresos mínimos que les permitan responder a sus necesidades fundamentales.
En síntesis, como sostiene el documento de la CEPAL, las mujeres sufren de manera especial los efectos negativos del envejecimiento. Además se debe tener en cuenta que este hecho afecta con mayor intensidad a las mujeres de las áreas rurales y a las mujeres de los grupos étnicos: indígenas y afrocolombianos, los cuales por sus particularidades culturales experimentan de manera diferente el proceso de envejecimiento. Como se afirmó al comienzo de este escrito, la feminización del envejecimiento y la vejez en las sociedades de América latina y el Caribe conlleva la feminización de la pobreza.
Fuente: Fundación CEPSIGER 27/3/2012.
http://fundacioncepsiger.org/nuevosite/feminizacion-del-envejecimiento-y-la-vejez/#more-1386