Silvio Aristizábal Giraldo.
En la Modernidad – ese período de la historia cuya mayor expresión se presenta en Europa durante los siglos XVIII y XIX, y se expande a Norte América y otras regiones en el siglo XX -, el hombre volcó el aparato de conocimiento sobre sí mismo, en un proceso de auto-objetivación, acorde con la racionalidad y los métodos de investigación propios del conocimiento científico. En esa perspectiva el ser humano, al igual que la naturaleza, es convertido en objeto de la ciencia. El hombre es “naturalizado”, convertido en cosa pasible de intervención, que puede ser transformado, modelado, producido. Al regirse por las leyes de la ciencia experimental, el conocimiento sobre el hombre es visto como un proceso neutral y objetivo, libre de valores y del influjo de factores contextuales: sociales, económicos, políticos y culturales.
Desde un enfoque diferente los conocimientos sobre el hombre se pueden analizar como el resultado de prácticas históricas en las que se combinan conocimiento y poder. Subyace a esta visión el supuesto de que la producción de lo real, de lo social, se da a través del discurso, es decir, que la sociedad se crea en el lenguaje, el significado y la representación. Aquí el discurso es entendido como el resultado de un entramado complejo de relaciones sociales, no simplemente como la expresión de las intenciones de un sujeto individual que articula libremente significados. Por tanto, el análisis del discurso, en lugar de reducirse a examinar las acciones del sujeto individual, debe centrarse en el estudio de sus condiciones de existencia, partiendo de reconocer la estrecha relación entre los discursos y las estructuras de poder. Lo anterior significa que en una época y en una sociedad dadas pueden circular múltiples discursos, algunos de los cuales se convierten en hegemónicos, produciendo unos modos determinados de ser y de pensar y estableciendo lo que Foucault denomina “regímenes de verdad” que excluyen la posibilidad de otros discursos sobre la misma realidad.
Con base en las premisas anteriores se puede abordar el estudio de la gerontología como un discurso históricamente construido, convirtiendo los conocimientos sobre el envejecimiento y la vejez en objeto de la reflexión crítica. En otras palabras, asumimos la gerontología como un producto de la Modernidad occidental, que puede –y debe – ser objeto de una “mirada etnográfica”, ya que, como afirma Rabinow:
Debemos antropologizar a Occidente: mostrar lo exótico de su construcción de la realidad; enfatizar en aquellos ámbitos tomados más comúnmente como universales […] hacerlo ver históricamente tan peculiar como sea posible, mostrar cómo sus pretensiones de verdad están ligadas a prácticas sociales y, por tanto, se han convertido en fuerzas efectivas dentro del mundo social (Citado por Escobar, Arturo. (1999). El final del salvaje. Bogotá: ICAN-Cerec, p. 45).
La gerontología surge en unas condiciones y unos contextos particulares de la sociedad occidental cuando el envejecimiento y la vejez empiezan a ser considerados como problema social al que se debe responder mediante la aplicación de la ciencia y de la técnica. Este proceso implica que el problema sea categorizado y especificado en términos de la racionalidad moderna. Las nuevas categorías puestas en circulación, en relación con el envejecimiento y la vejez, expresan relaciones de poder que influyen en las formas de actuar y de pensar y establecen normas para las prácticas de los profesionales que se ocupan del problema. De esta manera se logra la profesionalización e institucionalización de la disciplina gerontológica.
Referirse a las relaciones entre discurso y poder no implica –siguiendo a Escobar en la obra citada – sesgarse en considerar los aspectos negativos de dichas relaciones. Significa, por el contrario, reconocer que las mismas desempeñan una función importante en la generación y circulación de conocimientos, instaurando prácticas y programas que tienen efectos diversos y, a su vez, permiten crear y mantener determinadas formas de poder.
Una mirada crítica a la gerontología debe buscar develar las condiciones históricas, epistemológicas, económicas, políticas, sociales y culturales, bajo las cuales se ha desarrollado este campo de conocimiento, explicitando que los discursos y prácticas que lo definen son construcciones culturales que pueden ser examinadas históricamente, identificando su genealogía y los mecanismos de verdad y de poder en los que se hallan inscritas. Una mirada crítica nos puede ayudar, igualmente, a “desnaturalizar” las verdades gerontológicas que nos llegan de otras latitudes, contribuyendo a que, en lugar de simples repetidores y consumidores de esos saberes, podamos convertirnos también en productores de conocimiento.
Fuente: Fundación CEPSIGER para el Desarrollo Humano – 27/6/2012.
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