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Reflexiones sobre envejecimiento, vejez y género

Jueves, 07 de Marzo de 2013
Género y Envejecimiento

Ximena Romero y Elisa Dulcey-Ruiz..
Red Latinoamericana de Gerontología.

Frente al cambio silencioso e inexorable del envejecimiento de la población mundial y de la mayor longevidad humana, surge la pregunta acerca de ¿qué tanto coinciden tales cambios poblacionales e individuales con los socio-culturales y políticos?

No deja de ser paradójico que el incremento en la esperanza de vida, representado en una mayor longevidad, particularmente de las mujeres, así como el que haya cada vez más personas que viven más tiempo, sea considerado como un peligro, una amenaza y no como un logro y una oportunidad. Logro y oportunidad para avanzar en equidad, igualdad, justicia social y mejoras sustanciales en la calidad de vida; para pensar en cómo organizar de mejor forma esa vida que se prolonga, aprovechando la mayor longevidad individual, al igual que el incremento de población adulta mayor en beneficio de toda la sociedad.

Estamos en mora de tener en cuenta que, como lo plantea el Plan Internacional de Acción de Madrid sobre el envejecimiento (2002), las personas adultas mayores, en general, están en condiciones de contribuir al desarrollo y al mejoramiento social –de acuerdo con sus posibilidades e intereses-, al tiempo que deben recibir, en condiciones de equidad y justicia social, los beneficios derivados de los mismos.

¿Por qué, entonces, ese desfase entre lo que en términos de abundancia de vida hemos logrado, y las formas de pensar y actuar frente al proceso de envejecimiento y al hecho de vivir la vejez?

Necesario es reconocer que tenemos pendientes, de manera urgente y perentoria, otras luchas y conquistas para hacer frente a los desafíos implicados en el aumento de la esperanza de vida, de la mayor longevidad y de la creciente presencia de personas adultas mayores en nuestras sociedades.

Sin duda, la mejor forma de responder a tales desafíos tiene que ver con prever, planear y poner en práctica alternativas de educación permanente -desde la cuna hasta la tumba-; con ampliar y mejorar, de modo equitativo, alternativas de trabajo, empleo, ocupación, tiempo libre, vida familiar y comunitaria. Igualmente, con el mejoramiento de condiciones y estilos de existencia; con las posibilidades de contar con seguridad económica, protección social y calidad de vida, como derechos universales e irrenunciables; así como con oportunidades para saber aprovechar conocimientos y experiencias.

Crucial resulta, además, asumir que las tareas de cuidado no corresponden de forma “natural” a las mujeres, y que deben ser entendidas como asunto que concierne a hombres y mujeres; que responder al inevitable proceso de envejecimiento demográfico exige ser asumido como responsabilidad de los Estados incluyéndolo en sus políticas públicas.

Sólo así y con el apoyo de mujeres y hombres de todas las generaciones lograremos construir sociedades incluyentes, donde se reconozca la dignidad de la vida humana en todas las edades y particularmente cuando más se ha vivido.

El camino seguramente es largo y exige esfuerzos para poder responder adecuadamente a cuestionamientos en torno a ¿cómo adquirir conciencia individual y colectiva del proceso de envejecimiento? Y además, ¿cómo superar la marginación y subvaloración, tantas veces frecuente, con respecto a la vejez, es decir, al hecho, cada vez más común y probable, de vivir muchos años?

Porque más allá de lo que implican la vejez y la longevidad en términos de años de vida, están las connotaciones subjetivas, culturales y sociales asociadas con las mismas. Connotaciones, interpretaciones y creencias que están aún lejos de reconocer que más que el tiempo vivido, es lo que vivimos en el tiempo lo que nos constituye y nos permite ser quienes somos.

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