Por Elaine Acosta González.
Departamento de Sociología, Universidad Alberto Hurtado.
eacosta@uahurtado.cl
“Cuando quise quitarme el antifaz,
lo tenía pegado a la cara.
Cuando me lo quité y me miré en el espejo,
ya había envejecido”
Fernando Pessoa
La vejez se feminiza
Los expertos han convenido en que una silenciosa, pero profunda revolución, se ha comenzado a gestar: la del envejecimiento poblacional, constituyéndose en uno de los factores más significativos que explican el aumento de la demanda o necesidades de cuidado. Se trata de un fenómeno de carácter mundial, toda vez que la OMS calcula que la población mundial de 60 años o más es el grupo etario de crecimiento más rápido. En la región, por detrás de Cuba y Uruguay, que encabezan los procesos de envejecimiento en América Latina, se encuentra Chile, que muestra un nivel de envejecimiento clasificado como de envejecimiento moderado avanzado (CEPAL-CELADE, 2009). Las estimaciones prevén para la población de 65 años y más una tasa de crecimiento que alcanzará el 33.2% para el periodo 2000-2025, mientras que la población menor de 15 años no crecerá. Hacia el 2050 se espera que la población menor de cinco años sea menor que la población de 80 años.
Se ha producido además un acelerado ritmo de sobre-envejecimiento de la población, proyectándose un aumento de los mayores de ochenta años, lo que redundará en una mayor presencia del grupo de nonagenarios y centenarios (Arnold et al., 2011). Por último, es un hecho la mayor representación de las mujeres dentro de este proceso, fenómeno que se conoce como ‘feminización del envejecimiento’. Las mujeres chilenas alcanzan a vivir más años que los hombres chilenos, llegando a los 82 en el caso de las féminas y a 76 años en los varones.
Como resultado, el mundo de los cuidados se ha convertido en una cuestión social central (y en consecuencia, política) en la configuración de las sociedades actuales. Las actividades de cuidado no siempre se proveen, distribuyen o se apropian de manera igualitaria entre hombres y mujeres, entre mujeres de diferentes clases sociales, entre generaciones y, con la globalización, entre países. En particular, la condición de vejez, así como la forma y condiciones en que se asegura el cuidado en dicha etapa de la vida, se ve afectada por múltiples formas de desigualdad y exclusión. Así como estas tasas de envejecimiento y mayor esperanza de vida pueden señalarse como logros de un mayor bienestar, al mismo tiempo, existen evidencias de que una parte significativa de los adultos mayores carecería de las oportunidades efectivas para disfrutar de esas nuevas condiciones.
Los cuidados siguen siendo un ‘asunto de mujeres’
Lejos de la creencia común de que los mayores en la sociedad contemporánea han sido abandonados por su familia, la evidencia empírica en Chile muestra una realidad muy distinta. La familia sigue siendo el principal sostén para los adultos de edad avanzada (Guzmán y Huenchuan, 2005). Según datos de la Encuesta Nacional de Dependencia de las Personas Mayores (2009), el 92,2% de los cuidados proporcionados a este grupo son realizados por los familiares(1). Pero, ¿qué familiares? Se ha constatado que la provisión de los cuidados afecta más a las mujeres que a hombres y en cuanto al parentesco, la responsabilidad recae, sobre todo, en las mujeres de la familia (madres, hijas, hermanas, etc.).Y cuando este grupo no está disponible, las familias recurren a la incorporación, al interior de sus hogares, de la figura de una mujer, generalmente de origen extranjero, que cubre las necesidades de la persona adulta mayor a través del trabajo de cuidados, y en muchos casos, ejerciendo también funciones domésticas. Desde el punto de vista del receptor de cuidados, también se experimentan desigualdades de género en relación con la posibilidad de recibir apoyos en la vejez. Según los datos de la II Encuesta de Calidad de Vida y Salud Chile 2006, en general, son las mujeres las que tienen mayores posibilidades de recibir apoyo por parte de la familia o la comunidad.
Por su parte, las condiciones en que se ejerce el cuidado son preocupantes, tanto en términos de la salud física como psíquica de las cuidadoras. La investigación ha identificado que este grupo tiene dificultad para asegurar el descanso diario y por vacaciones, así como para compartir el cuidado, lo que les genera sentimientos de soledad, sobrecarga y estrés. El alto costo de la atención que requieren las personas dependientes, en particular, los discapacitados y ancianos enfermos y la dificultad de los servicios asistenciales para atender las múltiples demandas de estos grupos, provoca que se traspase a los cuidadores familiares e informales prácticamente la totalidad de la responsabilidad y costo del cuidado. Estos, muchas veces, no disponen del tiempo ni las competencias necesarias para brindar un cuidado de calidad.
Hacia el reconocimiento e instalación de un derecho multidimensional al cuidado
Existe una diversidad de derechos parcialmente reconocidos que podrían ir configurando lo que los expertos han denominado el derecho multidimensional al cuidado. Este carácter vendría dado por la inclusión de distintos ámbitos que van desde el derecho a recibir cuidados en situación de dependencia (como principal materialización del ‘derecho a recibir cuidados’), la capacidad de compatibilizar trabajo de mercado y trabajo de cuidados no remunerado, concretado en un abanico de prestaciones y servicios de conciliación (como principal materialización del ‘derecho a elegir’) y, las condiciones laborales en el empleo de hogar (en tanto sector de cuidados en el mercado). Su inclusión permitiría evaluar los avances hacia el reconocimiento de derecho al cuidado y los obstáculos que reproducen desigualdades en su acceso y ejercicio.
Sin embargo, no hay que perder de vista que el acceso y aplicación del derecho al cuidado está determinado por varios factores, dentro de los cuales se mencionan como los más importantes el vínculo existente entre las personas involucradas en una relación de cuidados y la posición social de la persona sujeto de derechos (marcada por el género, la clase, la etnia, el estatus migratorio, el nivel socioeconómico, la región de residencia, el nivel de ‘dependencia’, entre otros). En la práctica, se ha constatado que en Chile estas negaciones concatenadas de derechos impactan con mayor fuerza en las mujeres y, dentro de este grupo a las de menor nivel socioeconómico. Pese a los esfuerzos de coordinación centralizada de iniciativas gubernamentales y no gubernamentales en materia de atención a la población adulta mayor, en la actualidad persisten serios problemas de déficit de cobertura de cuidados, heterogeneidad y dispersión de datos, así como alta desigualdad a nivel socioeconómico y territorial respecto de la oferta de servicios de cuidados para mayores. En materia de protección social a la vejez, se presentan índices bajos en materia de gastos públicos. Desde la perspectiva de los usuarios predomina un alto desconocimiento de la oferta y una insatisfacción generalizada con la suficiencia de los servicios en relación con la realidad del entorno donde están emplazados, además de dificultades en el acceso debido a sus altos costos (Universidad Técnica Federico Santa María, 2009). En este escenario, el crecimiento del servicio doméstico se advierte como una estrategia creciente en la provisión de la asistencia cuando se decide mercantilizar esta tarea, la cual convive con un bajo peso del tejido comunitario como proveedor significativo de cuidados.
En síntesis, es urgente la necesidad de asumir la magnitud y complejidad del envejecimiento poblacional y sus consecuencias como un problema social prioritario en Chile, tanto de la agenda académica como de las políticas públicas. Frente al aumento sostenido de la demanda, la insuficiencia y poca adecuación de los servicios sociales de apoyo a este grupo, la familia continúa absorbiendo los riesgos asociados a la pérdida de funcionalidad en la vejez y el déficit de servicios de cuidados. Los cuidados requieren reorganizarse, ponerse en el ‘centro’ y dejar de ser un asunto ‘solo de mujeres’.
(1) Por su parte, los resultados de la segunda Encuesta Nacional de Calidad de Vida en la Vejez (2011), alrededor del 70% de los mayores declara que puede confiar ampliamente en el apoyo y sostén de su familia más cercana, aunque esta cifra desciende abruptamente entre los más pobres, llegando solo al 55%.
Santiago de Chile, 8 de marzo de 2014.