"—¿Cómo interpreta los resultados de la primera fase del Censo de Población, Hogares y Vivienda realizado en el año 2004?
—De los resultados de la etapa preliminar del Censo, se desprenden algunas conclusiones relacionadas con la consolidación de tendencias demográficas que ya habían sido observadas en Uruguay a lo largo de las últimas décadas. Me refiero a una fuerte caída de la tasa de crecimiento demográfico, la profundización del proceso de envejecimiento de la población, el vaciamiento de la campaña y la continuación del fenómeno de la emigración internacional.
—¿Cuál es el resultado más impactante de esta etapa preliminar del Censo?
—Diría que es la tasa del tres por mil anual de crecimiento demográfico durante el período intercensal 1996-2004. Eso representa una reducción del 50% con respecto a la cifra registrada una década atrás, que ya era extremadamente baja. Según el INE, la cifra actual es inferior al promedio de los países industrializados y similar a la de España y Japón. Este lento crecimiento de la población uruguaya se debe particularmente a las bajas tasas de natalidad como fenómeno estructural permanente desde hace ya más de setenta años y, por otro lado, al proceso de emigración internacional persistente durante los últimos cuarenta años.
—¿Resulta conveniente o inconveniente para la economía uruguaya la baja tasa de crecimiento demográfico?
—Ella tiene consecuencias positivas y negativas. La literatura predominante, aunque no la única, a lo largo del siglo XX ha visto con buenos ojos las bajas tasas de crecimiento poblacional. Las razones podríamos sintetizarlas en que resulta menor la "inversión demográfica". El francés Alfred Sauvy denomina de ese modo al conjunto de gastos en infraestructura y servicios básicos (caminería, saneamiento, electrificación, telefonía, educación, salud, etc.) en que incurre la sociedad para proporcionar un nivel de equidad ya existente a los nuevos pobladores. Dicha inversión establece una competencia en la asignación de los recursos en una sociedad. Por ejemplo, en lugar de destinarse fondos a la acumulación de bienes de capital, que es un factor del crecimiento económico, los mismos se utilizan para dar un confort básico a sus nuevos integrantes. Por consiguiente, si el crecimiento poblacional es bajo, la inversión demográfica también lo debe ser y, por lo tanto, es mayor la cantidad de recursos que la sociedad puede destinar a los factores que determinan el crecimiento. Esto es, en forma reducida y esquemática, uno de los argumentos centrales por el cual un bajo crecimiento demográfico puede ser visto como positivo. Por eso ha sido el pensamiento predominante a lo largo del siglo XX.
—¿Es aceptado ese argumento por la mayoría de los uruguayos?
—Curiosamente siempre se ha tenido la percepción exactamente contraria en Uruguay. Cualquier encuesta de opinión pública podría validar que los uruguayos sentimos que nuestro bajo crecimiento demográfico ha sido una de las causas de la falta de crecimiento económico. Hay signos muy interesantes al respecto. En general, la gente apoya al Mercosur porque se supone que a través de la asociación regional Uruguay deja de ser un pequeño país de tres millones de habitantes para pasar a engrosar un mercado de doscientos millones de consumidores. En síntesis, la valoración negativa del escaso volumen de población está presente en el imaginario colectivo de los uruguayos.
—¿Cómo califica la tendencia de la tasa de natalidad en Uruguay?
—La caída del número de nacimientos durante los últimos veinte años es impactante. Esto tiene que ver con la modificación de la estructura por edades de la población ya que se ha reducido la cantidad de mujeres en edad de tener hijos, aunque el motivo fundamental de ese descenso está en las bajas tasas de fecundidad. Las mujeres tienen sistemáticamente un menor número de hijos. Sin embargo, este fenómeno no es homogéneo. Cuando se mira a la población en forma segmentada de acuerdo con su situación socio-económica, las tasas globales de fecundidad por niveles de necesidades básicas insatisfechas presentan variaciones enormes. Hay un promedio de 5.7 hijos por mujer en los niveles más pobres, que es una tasa muy alta no sólo para el patrón uruguayo. Además, las mujeres más pobres presentan una fecundidad precoz porque inician muy tempranamente el ciclo reproductivo. Esa tasa va declinando a medida que se asciende gradualmente en la escala social hasta llegar a las mujeres con mayores niveles educativos y sin necesidades básicas insatisfechas, cuya tasa de procreación representa la tercera parte de sus pares más pobres. Además, estas últimas presentan un esquema de fecundidad tardía, lo que está directamente vinculado a la extensión de su ciclo educativo. En resumen, las mujeres con mayor educación formal tienen sus hijos cuando sus carreras universitarias están prácticamente finalizadas.
—¿Son viables las políticas estatales que intentan impulsar el aumento de la tasa de nacimientos o controlarla en otros casos?
—Es una pregunta muy difícil de responder porque ante todo la decisión de tener o no hijos está dentro de los planos más íntimos de las personas. En el ámbito de cualquier política demográfica o de población, uno siempre debe preguntarse, pero sobre todo en este caso, hasta dónde el Estado debe intervenir. En el caso de propiciar el aumento o disminución del número de nacimientos, el gobierno debe manejarse con suma delicadeza porque, en última instancia, no son precisos ni nítidos los límites que justifiquen como lícita la intervención estatal. Por otra parte, no es clara la eficacia y eficiencia de este tipo de políticas ya que en el mundo se han llevado a cabo innumerables experiencias, desde la política de hijo único en China hasta las políticas natalistas francesas, con resultados aleatorios. Es más, hay cambios en las tendencias de la tasa de natalidad que ocurren en ausencia de políticas de tipo alguno al acentuarse el predominio de un determinado patrón cultural. Por ejemplo, no hace mucho en Suecia los matrimonios comenzaron a tener más hijos porque una generación comenzó a valorar la satisfacción que proporciona tener una familia grande. Por consiguiente, antes de intervenir, incluso antes de pensar si es bueno o es malo incrementar la natalidad y valorarse si tiene efectos positivos o negativos, debería evaluarse cuán adecuada es la intervención estatal en estos asuntos que pertenecen a las decisiones más íntimas de las parejas.
—¿Qué efectos tendría en la tasa de natalidad la implementación de programas orientados a apoyar a la mujer que trabaja fuera de su hogar?
—Hay una artillería de políticas en este sentido relativas a los derechos de las mujeres en el mercado de trabajo, la igualación de esos derechos con los de los hombres, los incentivos en términos monetarios por los hijos tenidos y por determinados lapsos, etc. En los países escandinavos, por ejemplo, se conceden licencias maternales y paternales de la misma duración a efectos de generar una responsabilidad compartida en la crianza de los hijos, que a su vez protege la carrera profesional de las mujeres. Sería difícil saber a priori qué nivel de eficacia y eficiencia tendría ese tipo de políticas en Uruguay porque no es demasiado válido decir que en Francia el pago del equivalente a un salario por cada hijo que nazca ha modificado la natalidad en tantos puntos. En un sentido estricto, no es muy válido trasladar esas experiencias a la realidad uruguaya porque las personas hacen estas valoraciones no solamente desde el punto de vista del debe y el haber de las cuentas familiares, sino también desde la óptica con que la sociedad valora que se tenga un hijo, muchos hijos o ninguno.
—¿Con los resultados de la primera fase del Censo se puede saber cuántos uruguayos han emigrado en los últimos años?
—La estimación que realizó el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) sitúa la emigración del último período intercensal en 108.000 personas, mientras que el saldo migratorio, o sea la cifra resultante de la resta de emigrantes e inmigrantes, es de 95.000 personas. Si se considera la omisión censal, es decir las personas que el INE estima que no fueron relevadas en el Censo de 1996, el número de habitantes al inicio del período 1999-2004 tendría que ser un 2.5% mayor. Esto llevaría a que el volumen de emigrantes durante el período 1996-2004 fuese de 70.000 personas más aproximadamente. Luego de este cálculo, si se toman distintas hipótesis sobre cuál es el nivel de la omisión censal que se considera tanto en el número de partida, que es el volumen de la población en 1996, como en la cifra censada de 2004, podría haber alguna variante. Cualquiera sea la situación, es una cantidad muy grande de personas tanto en valor absoluto como en términos relativos. Si nos atenemos a la estimación que ha realizado Adela Pellegrino acerca de la cantidad de uruguayos que viven en el exterior, hay entre 450.000 y 500.000 emigrantes.
—¿Qué características tiene el fenómeno migratorio internacional en Uruguay?
—Desde hace cuatro décadas se observan en forma persistente saldos migratorios negativos con importantes fluctuaciones, es decir que siempre hubo más emigrantes que inmigrantes, aunque las tasas variaron considerablemente. Esta ya es una tendencia estructural de la demografía uruguaya. Hoy no es posible comprender lo que ocurre en la dinámica de la población de Uruguay sin tener en cuenta los efectos de la emigración internacional.
Es importante señalar que algunos autores, entre los que destaco al sociólogo César Aguiar, sostienen que Uruguay fue siempre un país de emigración. Si bien en cierta etapa de su historia Uruguay fue un país básicamente de inmigración, esos procesos se agotaron a fines de la década de los años treinta, registrándose la última oleada inmigratoria significativa al terminar la Guerra Civil española. A pesar de que aún hoy continúan arribando algunos inmigrantes, su volumen es mucho menor a lo que fue a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
—¿Espera que se produzcan cambios en la tendencia emigratoria en los próximos años?
—La emigración internacional va a continuar en Uruguay porque ella se ha instalado como un fenómeno estructural en la dinámica demográfica del país. Además, es un fenómeno que se independiza de sus causas originales. Así como las razones que motivaron la oleada migratoria de inicios de la dictadura han desaparecido, ese proceso continuó a pesar de que Uruguay tuvo un período de alto crecimiento económico en la primera mitad de la década de los noventa. Eso se debe a que la migración muta sus causas. A veces los motivos que generan la primera oleada dejan de existir, pero luego se crean dinámicas que siguen propiciando la emigración. Esto tiene mucho que ver con la idea de que la realización de una persona puede tener lugar en el exterior. Varias veces Adela Pellegrino ha dicho que se empieza a formar un imaginario colectivo por el cual el futuro del país pasa por llevar los proyectos personales fuera de fronteras.
En todo caso, la emigración internacional se va a mantener en el mediano plazo no sólo por las características de la población uruguaya, sino porque constituye un fenómeno mundial cada vez más acentuado. Es sin duda una de las consecuencias de la globalización debido a que la baja en los costos de los pasajes aéreos, las telecomunicaciones, etc. contribuye a que las personas se muevan con mayor intensidad que en el pasado.
—¿Qué tipo de políticas se necesitaría para revertir esa tendencia de expulsar a la población?
—La emigración en sí misma no es buena ni mala ya que genera algunas consecuencias deseables y otras indeseables. Tal vez una forma de posicionarse mejor sería revertir los efectos negativos que generan los procesos migratorios internacionales. Teniendo en cuenta que hay medio millón de uruguayos radicados en el exterior, o sea el equivalente a un 15% de la población residente, el primer paso a dar —acerca del cual las nuevas autoridades gubernamentales están muy bien orientadas— tiene que ver con la vinculación entre los uruguayos radicados en el exterior y el país.
Esto no necesariamente significa revertir la emigración porque en su esencia misma están implícitos la protección de los derechos de los ciudadanos, incluso sus derechos políticos, y el aprovechamiento de sus capacidades para beneficio de todas las partes. Es relevante que se pueda hacer uso de las nuevas experticias que estas personas han adquirido en el exterior y de las redes de relaciones que han generado si todo eso es utilizado en forma inteligente como una forma que beneficie a residentes y emigrados. Si bien la mejora en la calidad de vida de los uruguayos que residen fuera del país no favorece su retorno a Uruguay dado que han formado sus familias en el exterior, han establecido una carrera profesional, etc., probablemente esas personas deseen mantener algún tipo de vinculación con el país, contribuyendo con sus conocimientos y redes de relaciones en diversos proyectos para el desarrollo nacional. Hasta ahora esa modalidad ha funcionado muy bien en el ámbito académico. De lo contrario, quién podría comprender la instalación del Instituto Pasteur en Montevideo si no trabajara el Dr. Dighiero en París, que ha sido un embajador científico de Uruguay en el mundo. Estos procesos también podrían promover la generación de redes empresariales y, seguramente, las políticas en ese sentido serían deseables.
También, en un plano más tradicional, se podrían aplicar políticas de promoción para el retorno de emigrantes y diseñar políticas de inmigración. En todo el mundo existen políticas que propician la selección de personas y otorgan incentivos para que las personas migren de un país a otro. Basta pensar en las misiones del gobierno de Canadá en Uruguay haciendo llamados públicos y selección de personas para emigrar a Québec.
—Suponiendo que se hicieran políticas inmigratorias ¿podrían esperarse oleadas importantes de inmigrantes en el mediano plazo si la economía de Uruguay mantuviera un crecimiento sostenido?
—Ese es un punto de discusión que nuestro país todavía no ha comenzado a plantearse, aunque Adela Pellegrinoya ha avanzado ideas al respecto. Eso dependería del tipo de inmigración que Uruguay quisiera propiciar. Teóricamente, nuestro país está en condiciones de atraer distintos tipos de poblaciones migrantes. Al poseer un buen nivel de seguridad pública podría ofrecer una serie de servicios para la tercera edad que generaría una corriente inmigratoria importante de jubilados de ciertos países como ya se ha manejado en alguna ocasión. También podría pensarse en otro tipo de inmigración que estaría más orientada al reclutamiento de mano de obra para la reactivación de ciertos sectores de la economía. De todos modos, si la actividad económica local todavía genera altas tasas de desempleo, no tendría mucho sentido reclutar mano de obra extranjera cuando el país está expulsando a sus propios hijos.
—¿De qué origen podrían ser los nuevos inmigrantes?
—Como la inmigración en gran escala provoca situaciones de enfrentamiento entre los residentes y los recién llegados, habría también que pensar por anticipado para evitar que ese fenómeno se transforme en un generador de consecuencias negativas para el país. Hay que tener en cuenta que Uruguay tiene una cierta homogeneidad desde el punto de vista cultural, étnico, religioso, etc. Muy distinta podría ser la situación si la composición étnica sufriera transformaciones y hubiese altos volúmenes de población que profesa religiones prácticamente desconocidas en este país. Ese tipo de situaciones en otras partes del mundo provoca efectos no siempre deseables como, por ejemplo, brotes de xenofobia, racismo, etc. Por otro lado, sería muy interesante que la sociedad uruguaya volviera a ser en buena medida una sociedad de inmigrantes dada la vitalidad que ello supone imponiendo un dinamismo por los nuevos elementos que se incorporan a las culturas, que chocan, que se mezclan, etc.
—¿Cómo ha evolucionado la distribución territorial de la población en la reciente fase preliminar del Censo?
—El proceso de consolidación de la urbanización en Uruguay, que tiene larga data, se ha profundizado de tal modo que la disminución de la población rural es permanente y su stock parece haber llegado ya a un piso. En el Censo de 1985 la población residente en la campaña representaba el 12.4% del total. Esa cifra descendió a 9.2% en 1996 y ahora ha vuelto a caer a 8.2%. Este fenómeno suele ser considerado negativo o, por lo menos, así lo expresan diversos organismos relacionados con la producción agropecuaria. Sin embargo, para evaluar negativamente el decrecimiento de la población rural habría por lo menos que cuantificar el fenómeno, depurando de las cifras censales las reclasificaciones de localidades rurales en urbanas y también llegar a una definición precisa del concepto de lo que es rural.
—¿Qué otras migraciones internas de importancia han ocurrido en los últimos diez años?
—Los movimientos del medio rural al urbano actualmente sólo conforman una pequeña parte del conjunto de los desplazamientos de la población dentro del territorio uruguayo. Hoy el grueso de las mismas ocurre entre localidades urbanas. En este sentido, se han consolidado las tendencias de la población a residir preferentemente sobre las zonas costeras, lo que no es una tendencia exclusiva de Uruguay sino que tiene carácter universal, con una fuerte concentración en dos polos: Montevideo y su área metropolitana y Punta del Este-Maldonado y su zona de influencia. Las tasas de crecimiento demográfico de este segundo polo, que están muy por encima de las del resto del país, han mantenido una sostenida línea ascendente durante los últimos cuarenta años. De continuar la tendencia observada en las últimas décadas y pensando en un horizonte temporal de medio siglo aproximadamente, la gran mayoría de la población uruguaya se concentrará en una estrecha franja costera, disminuyendo el peso de las localidades menores y manteniéndose prácticamente inalterado el tamaño de las localidades intermedias del resto del país.
—¿Es el envejecimiento de la población la consecuencia más negativa que genera una baja tasa de crecimiento demográfico?
—La estructura por edades de la población ubica a Uruguay como el país más envejecido del continente, superando a Canadá y Estados Unidos. Este proceso no es una novedad, ya que la transición demográfica en nuestro país culminó entre 1930 y 1940. Sin embargo, el envejecimiento no debe ser visto como un factor negativo. En realidad, provoca situaciones negativas sobre las que hay que actuar. No olvidemos que si una población envejece es porque tiene oportunidades para hacerlo, es decir ha recibido buena alimentación, abrigo, cobertura de salud, etc.
—¿Qué efectos prevé que tenga el creciente envejecimiento de la población uruguaya en el sistema de la seguridad social?
—En la medida que una población envejece, comienza a modificar el peso que tiene sobre su sistema de seguridad social, particularmente en los sistemas de jubilaciones y pensiones; pero si la población fuera muy joven, la cobertura social de los niños representaría una fuerte carga financiera para la sociedad. A lo largo de la transición demográfica, se va modificando el peso que tiene la seguridad social en su conjunto sobre quienes están a cargo de sostenerla y, además, va virando el componente de ese peso, es decir que pasa de los niños y jóvenes a los adultos mayores.
—¿Cómo se equilibra esa relación de dependencia demográfica en Uruguay?
—El envejecimiento se observa en buena parte de las sociedades de Europa Occidental, Japón y Norteamérica, es decir que ha sido hasta ahora un fenómeno propio de los países desarrollados. El caso de Uruguay, que es una maravilla como laboratorio demográfico, resulta bastante inusual porque procesó su transición demográfica en forma casi simultánea con algunos países europeos, pero en un contexto de desarrollo económico muy distinto al de otras sociedades más ricas y equitativas. Por lo tanto, Uruguay tiene que resolver su seguridad social con un margen de maniobra muy diferente al que fue resuelto en Francia, Alemania, etc. Tal vez esto pueda estar en la base de la explicación de las muy distintas propensiones a caer en la pobreza que tiene la población uruguaya en función de su edad.
—Hoy sabemos que la estructura de la población pobre es muy joven.
—Justamente los investigadores debemos aclarar si este fenómeno no se explica en parte porque en Uruguay algunos grupos lograron imponer sus intereses con mayor eficacia que otros en el reparto de los recursos desde un punto de vista intergeneracional. Esta es una idea que tenemos que manejar con extremada delicadeza porque la solución tampoco consiste en una guerra de generaciones, aunque es cierto que existe una inequidad de situaciones en torno a la pobreza, particularmente de acuerdo con la edad de las personas." (entrevista al economista y magíster en demografía Juan José Calvo, en suplemento Economía & Mercado de El País, del 17 de marzo de 2005)
Publicado en: http://www.uc.org.uy/opi0305.htm