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Repensar el amor en la mediana edad

Lunes, 24 de Septiembre de 2018
Envejecimiento y vejez

Lejos de representar un problema, la edad madura en la pareja puede funcionar como una promesa de resolución de crisis y la posibilidad de reanudar nuevas proyecciones.

Ricardo Iacub

El buen cine ofrece la posibilidad de encontrar aquellas palabras, emociones o conceptos que permiten describir y volver más comprensible la propia vida.

La película de Juan Vera, “El amor menos pensado”, cumple esa extraordinaria función de presentarnos un momento crítico donde aquellos roles, vivencias o relatos que fueron parte de los proyectos de distintos momentos de nuestra vida parecen dejar de representarnos. Es allí donde se complejiza entendernos y ser comprendidos por los otros, generando un sentimiento de desorientación que impulsa a revisar, cuestionar y por qué no también, a tomar decisiones.

La crisis que se describe coincide con la “mediana edad”. Se origina con la ida de un hijo que va a estudiar a España, se conecta con otros escenarios amenazantes, indicados en los encuentros con amigos, donde surgen los malestares físicos, el cuestionamiento sobre la potencia sexual, la proximidad de la jubilación o la muerte misma, pero repercutirá fundamentalmente en la relación de pareja.

El paso del tiempo es el contrapunto permanente en el cual se cuestionan las elecciones personales. En este caso, los 25 años de la pareja muestran en qué medida los deseos e ilusiones acuñados en proyectos pueden haber perdido su sentido. Lo que produce una serie de quiebres, en unos y en otros, que lleva a que las vidas de los personajes se encuentren en conflicto ante vivencias que ya no los vinculan.

Apreciar los límites de los proyectos personales, en este caso, ese nido vacío, nos arroja a confrontar lo soñado durante buena parte de la vida con lo que efectivamente se pudo realizar. Comparación siempre odiosa, no porque pueda habernos ido mal, sino porque se tejió con ilusiones que le daban una envergadura que resulta incomparable con la realidad. Así como también acercarse a esos fines puede poner en cuestión la propia identidad, ya que los propósitos nos vuelven inteligibles y nos brindan la ilusión de saber qué queremos y hacia adónde vamos.

Cada proyecto es una herramienta con la que se construye lo cotidiano, demarca los contornos de lo que se hace, de lo que se comparte, y fundamentalmente de los afectos y reconocimientos con los que se cuenta. Por ello modificarlo no es sólo poner en cuestión quién soy, sino cómo sigo siendo, dónde y con quién.

La película permite seguir, en los recorridos de los personajes, las turbulencias de sus deseos. Algunos quieren apaciguarlos en pos de lograr la estabilidad, mientras que otros se resisten a frenar la pregunta y se aventuran a nuevos desafíos. Es lo previsible lo que se encuentra cuestionado ya que la crisis desbarata las seguridades que se habían organizado y se desatan con ello tanto los deseos como los miedos.

En estas tensiones es donde aparece de una manera muy curiosa y esperanzadora, lo que le sigue, la vejez. No como un problema sino como una promesa de resolución de esta crisis y la posibilidad de reanudar nuevas proyecciones de sí mismos.

Los personajes mayores aparecen connotados con una peculiar pericia sobre su propia vida, que la psicología define como sabiduría y que nace de los múltiples aprendizajes de las crisis vividas y de los propios límites que se confrontan. La resiliencia es otro de los conceptos que indica la capacidad para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas o traumáticas, superándose o fortaleciéndose.

Mientras que la mujer mayor consuela a su hija con un “ya va a pasar”, presenta su propio enamoramiento como resultado de dicho pasaje, en un espacio de una belleza particular, donde sigue cultivando otras formas de vida a través de las orquídeas; los varones mayores recrean sus atravesamientos de maneras más complejas. Uno de ellos cuenta que un día creyó que se moría, tuvo miedo y se dispuso a barrer, y barrió, barrió tanto que terminó pasando.

Lo que pareciera indicar el haber podido impulsar un cambio, y correr de una manera decidida lo sucio o lo doloroso, movilizando con ello lo paralizante que resultan ciertos momentos vitales. El otro varón mayor, al oír las preocupaciones por la que atraviesa la hija de su pareja, no interviene para decir, consolar o aclarar, solo le ofrece bailar, en una escena que al inicio parece ingenua y que posteriormente revela su importancia al poder cambiar la carga que esa situación contenía, aligerando o “bailando” una búsqueda donde resulta más importante encontrar alternativas que resolver un problema.

Finalmente, y sin contar el final, las crisis en los personajes toman un modo de procesamiento que interroga lo definitivo frente a lo contingente. Las respuestas que van surgiendo no buscan interpelar al amor como un ideal, ni tan cierto, ni tan claro, ni tan fundamental y sí encontrar respuestas más cercanas a los deseos y sensaciones que motivan y convocan al encuentro, incluso en una huida compartida.

La psicología de la mediana edad encuentra que este proceso puede provocar en algunos casos la decepción y cierto resentimiento ante lo que ya no es, y en muchas otras estimulando, para sí o para otros, el empuje a la vida. En un momento tan particular, donde los objetivos comienzan a perder el peso de las demandas sociales y ganan la intensidad de los deseos más personales.

Ricardo Iacub es doctor en Psicología (UBA), especialista en Tercera Edad

Fuente: Clarín - 31/08/2018.
https://www.clarin.com/opinion/repensar-amor-mediana-edad_0_Hyz06mDDX.html