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Perú: Contar para sanar

Viernes, 30 de Noviembre de 2018
Políticas y Derechos

Un grupo de jóvenes entrevistó a mujeres adultas mayores de Ayacucho y Huánuco para conocer sus historias y visibilizar su problemática. La experiencia ha sido plasmada en un libro, Relatos que sanan, de la Red Nacional de Promoción de la Mujer, con el auspicio del Fondo Fiduciario de las Naciones Unidas para eliminar la Violencia contra la Mujer.

José Vadillo Vila
El Peruano, 30 de octubre de 2018.


  “Yo soy una desplazada”. A sus 67 años, Benedicta Q. no olvida el día de 1981 que dejó Huancapi, en la provincia ayacuchana de Víctor Fajardo. Dejar es un verbo muy suave. Dócil como perrito faldero. Mejor digámoslo así: huyó.

Huyó porque allá asesinaron a su hermana. Su esposo, Luis; ella y sus hijas escaparon. “No nos dejaban dormir de noche; había dinamitazos de senderistas y los militares se metían a las casas”.

Primero llegaron a Lima pero “no teníamos casa ni qué comer”, recuerda. Enrumbaron a Huamanga y, como si fuera un juego de espejos, se encontraron con desplazados idénticos a ellos. Todos huían de la violencia. Eran de La Mar, Huanta, Acosvinchos, de las alturas, de la selva… Como ellos, Benedicta y su familia construyeron “una casucha” en las afueras de la ciudad.

Ella y su esposo empezaron a formar clubes de madres. Pero ser dirigentes no era bien visto ni por los militares, ni por el comando Rodrigo Franco ni por los senderistas. Le mataron a su perro, le gritaron terruca, le mancharon la puerta con sangre de algún mamífero. Persistieron y lograron su terrenito propio allá, en el distrito de Jesús Nazareno, mientras los toques de queda, apagones, dinamitazos eran parte de esa pesadilla sin fin.

Benedicta sigue activa. Su nueva lucha es por los derechos de los adultos mayores. El Comité de Vigilancia de Adultos Mayores de Ayacucho ha hecho firmar un compromiso a todos los candidatos. Ella espera que los elegidos cumplan su palabra “y no nos menosprecien”.

  Martha Pajares tiene 24 y estudia Farmacia en Ayacucho. No sabía que la violencia había sido tan cruda, tan cercana, hasta que tomó testimonio de la señora Adelina M., una desplazada de Chuschi que se ha pasado media vida exigiendo respuestas por la desaparición de su esposo en el cuartel de Los Cabitos.

“Para los jóvenes en Ayacucho, la violencia que sufrieron estas señoras es tabú. La gente no lo toca porque piensan que se meterán en problemas. Se tapan los ojos”. Para ella, es un error que los jóvenes no hablen de esos temas, cuando el testimonio de estas hijas, hermanas, esposas y viudas fue vital para denunciar la violencia.

  Alicia M. solo sabía que la primera letra de su nombre era la letra A. No sabía leer ni escribir. “Nunca había ido a la escuela, tampoco me gustó aprender castellano. Recién a los 22, aprendí a hablar castellano”, dice.

Su esposo, Pablo, es taxista, y la respalda en su decisión. Solo uno de sus siete hijos asistía a la universidad, pero dejó los estudios. El año pasado, Alicia M. terminó la educación primaria y ahora quiere estudiar la secundaria. Su meta: llegará a los 60 estudiando en la universidad.

“Los viejos podemos estudiar, solo nos falta decidirnos”, asegura orgullosa.

Nació en el centro poblado de San Isidro de Añay, en Ambo, Huánuco, y su historia también es un resumen de los años de violencia que vivieron los desplazados, los analfabetos. Fue discriminada laboralmente por sus patrones; fue ultrajada primero por un familiar, y luego por los militares, delante de sus niños, que también quemaron su casa. Su primera pareja la abandonó.

“Antes me sentía como un animalito, no sabía de mis derechos”, dice. “Ahora soy otra”.

Al asentamiento humano de la ciudad de Huánuco llegó una especialista en adultos mayores. Le ayudó y Alicia M. se animó a tocar las puertas del colegio. Su primer reto fue aprender a escribir su nombre. Se demoró un mes. El resto fue más fácil.

A Doenits Mora, que estudia Derecho, el testimonio de esta mujer le impactó. “Ella refleja lo más sórdido y cruel que le pasó a muchas mujeres durante la época de la violencia. Pero la vida, así como le ha quitado, le ha dado regalos. Ha encontrado a un hombre que la ama; que la ha aceptado con hijos; que nunca le ha negado que ella siga emprendiendo, que estudie, que sea la dirigente; que cuente lo que ha pasado. Él la aceptó y la curó. Porque ella, hoy por hoy, sabe lo que significa su vida y lo que hace es contarles a los jóvenes lo que le ha pasado para que nos demos cuenta de que ha habido una época oscura en el Perú, que todavía no hemos superado”, dice.

  Silvia Samamé, directora ejecutiva de la Red Nacional de Promoción de la Mujer (RNPM), explica que el concurso de historias de vida, Relatos que sanan, donde los jóvenes universitarios entrevistaron a mujeres víctimas de la violencia de los años ochenta y noventa en Ayacucho y Huánuco, tuvo por finalidad “promover en las nuevas generaciones interés por la situación de las mujeres adultas mayores que han sido víctimas de violencia de género a lo largo de sus vidas, para respetar a estas mujeres”.

El común denominador de las mujeres adultas mayores es que las autoridades locales “les dan muy poco interés”. Por ello, el proyecto, que termina en el 2019, también fortaleció las capacidades para que ellas conozcan sus derechos. Se busca que los Centros Integrales del Adulto Mayor (CIAM) las vean como “personas sujetas de derecho”, con un envejecimiento activo.

A dos años del proyecto, los resultados son positivos. Igual que Benedicta Q. o Alicia M., las señoras dejaron atrás la vergüenza, el desinterés y se han empoderado: hablan abiertamente de sus derechos.

Cifra
120 mil personas a más son adultos mayores en Ayacucho y Huánuco.

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