Ximena Romero y Elisa Dulcey-Ruiz.
Red Latinoamericana de Gerontología.
Frente al cambio silencioso e inexorable del envejecimiento de la población mundial y de la mayor longevidad humana, surge la pregunta acerca de ¿qué tanto coinciden tales cambios poblacionales e individuales con los socio-culturales y políticos?
No deja de ser paradójico que el incremento en la esperanza de vida, representado en una mayor longevidad, particularmente de las mujeres, así como el que haya cada vez más personas que viven más tiempo, sea considerado como un peligro, una amenaza y no como un logro y una oportunidad. Logro y oportunidad para avanzar en equidad, igualdad, justicia social y mejoras sustanciales en la calidad de vida; para pensar en cómo organizar de mejor forma esa vida que se prolonga, aprovechando la mayor longevidad individual, al igual que el incremento de población adulta mayor en beneficio de toda la sociedad.
Estamos en mora de tener en cuenta que, como lo plantea el Plan Internacional de Acción de Madrid sobre el envejecimiento (2002), las personas adultas mayores, en general, están en condiciones de contribuir al desarrollo y al mejoramiento social –de acuerdo con sus posibilidades e intereses-, al tiempo que deben recibir, en condiciones de equidad y justicia social, los beneficios derivados de los mismos.
¿Por qué, entonces, ese desfase entre lo que en términos de abundancia de vida hemos logrado, y las formas de pensar y actuar frente al proceso de envejecimiento y al hecho de vivir la vejez?
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