Por ahora es la edad legal de retiro, pero para muchos, cada vez más es un nuevo comienzo. Caen los viejos paradigmas de la vejez.
Renzo Rossello
El País Uruguay - 14.07.2019
El espejo no miente. Ese rostro ya no es el de los 30, ni el de los 40, y el de los 50 comienza a diluirse bajo un nuevo manto de finas arrugas. Bajar y subir las escaleras, correr hasta la parada del ómnibus, caminar por la arena seca ya no son meros traslados banales. Es cierto, pero pese a todo eso uno está lejos de considerarse “viejo” a sí mismo. Los 60 años se colaron silenciosamente por abajo de la puerta y mientras uno está distraído en otras cosas —aquello de “la vida es eso que pasa...”— alguien le toca al hombro y le recuerda los trámites para la jubilación. Y la sola perspectiva del retiro puede espantar, o al menos descolocar al mejor parado.
¿Pero son de verdad los 60 una frontera inevitable hacia la vejez? Para sortear esa barrera intangible se ha ido instalando la idea de que los 60 son los nuevos 50, así como los 50 son los nuevos 40 y así. Idea que, por ahora, no recogen las leyes previsionales que fijaron la edad de retiro voluntario en esa cifra. Y si bien la ingente necesidad de reformar el sistema de seguridad social viene incluyendo en la discusión términos como “flexibilización”, “retiro parcial”, o lisa y llanamente correr el tope a los 65 y más, cada vez gana más terreno la idea de que los 60 constituyen una edad de plenitud y gran productividad.
Lo cierto es que la ciencia, como suele suceder, viene en auxilio y aporta varios insumos a la discusión. Si bien es cierto que a partir de la sexta década comienzan a producirse una serie de cambios —disminución de la agudeza visual y auditiva, disminución de la masa ósea y muscular, rigidez articular, digestión más lenta, disminuye la capacidad renal y la vejiga, los vasos sanguíneos se estrechan y pierden elasticidad, merman los procesos cognitivos, también las barreras inmunológicas—, los autocuidados pueden mitigar estos efectos, lo mismo que una vida activa.
Por otra parte, las estadísticas muestran que la esperanza de vida ha crecido de manera notable en las últimas tres décadas, y continuará haciéndolo a la par de los avances en las ciencias. Basta pensar que en la década de 1980 la esperanza de vida para los varones se situaba en los 67,6 años y para las mujeres en los 74,5. Actualmente dicha expectativa se sitúa en los 73,2 años para los varones y en 81 para las mujeres.
¿Qué dice la demografía al respecto?
La demógrafa Mariana Paredes forma parte del Centro Interdisciplinario de Envejecimiento de la Universidad de la República, en un programa que analiza no sólo los efectos del envejecimiento sino la preparación para la vida luego del retiro jubilatorio.
Paredes está realizando un estudio demográfico comparativo con distintos países latinoamericanos: Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, Nicaragua, México y Uruguay. La primera conclusión es que Uruguay es el país más envejecido del continente, algo que ya sospechábamos.
“Las esperanzas de vida surgen de la tabla de mortalidad que construyen a partir de las probabilidades de supervivencia. ¿Qué quiere decir esto? Que cuando una persona llega a los 60 años tiene más esperanza de vida que la que tenía al nacer, por el hecho de que evitó la probabilidad de morirse en esos 60 años. Cada año que sobrevive se ganan más probabilidades de seguir sobreviviendo porque ya superó esos años”, explica la experta.
En base a estas estimaciones cuando un varón llega a los 60 años tiene, estadísticamente, la probabilidad de vivir otros 19 años más; en tanto que la mujer tendrá una probabilidad de 25 años más.
“Entonces, lo importante es pensar en el proyecto de vida de las personas, cuando se llega a la edad de retiro no estamos ya en el antiguo paradigma de la persona que se retira de la vida y se aísla, se deteriora, etcétera, sino que está en plena actividad y dentro de la misma ‘vejez’ se puede hablar de distintas ‘vejeces’”, apunta la demógrafa. Conviene tener en cuenta que estos promedios continuarán variando y, en particular, las diferencias de género que ubican a la mujer como más longeva que el varón.
“La brecha de género va a ir disminuyendo a medida que pasen los años, dado que las mujeres están sometidas a condiciones similares a las de los varones, que antes no tenían: son económicamente activas, antes no trabajaban, etcétera. Significa que se van emparejando para arriba y la brecha entre sexos se reduce, poco pero se reduce”, explica Paredes.
La investigadora se muestra partidaria de flexibilizar las condiciones para el retiro jubilatorio. “Hay que tratar de flexibilizar el cambio radical de la jubilación, porque también pasa mucho, sobre todo en los varones por el tema de identidad de género que se jubilan y se deprimen porque se aíslan. No quiero decir con esto que los viejos tengan que seguir trabajando hasta que se mueran, sino que se flexibilice y darle el derecho a la persona si quiere jubilarse. O si no quiere”, opina.
¿Qué es envejecer?
Parece bastante claro, pero tal vez haya matices. Al menos así lo cree el psicólogo social y miembro del consejo del Instituto de Psicología Social de la Facultad de Psicología, Juan Fernández Romar.
“Primero habría que aclarar los términos envejecimiento y vejez. El primero nos remite a un proceso que se inicia con el nacimiento y que termina en la muerte. La vejez en cambio es la fase final de ese proceso”, señala Fernández Romar.
- ¿Qué elementos juegan en ese proceso?
- En ambos casos hay aspectos biológicos y otros culturales que condicionan y determinan esos procesos. La ciencia y la tecnología han puesto al servicio de algunas clases sociales de algunas partes del mundo recursos para retrasar, enlentecer o enmascarar algunos procesos inevitables...desde cuestiones cosméticas hasta intervenciones biológicas del cuerpo.
De hecho, la corriente filosófica conocida como “transhumanismo”, cada vez más presente en el debate, postula una mejora integral de la condición humana con la incorporación de todos los avances tecnológicos disponibles, dirigidos a mejorar la capacidad y performance humana en todos los niveles. Sus defensores más acérrimos ya avizoran un ser “posthumano”, superior y dotado de mayores capacidades al mismo tiempo que más longevo.
Lo cierto es que aún antes de llegar a esos modelos, la tecnología y, en particular, la biotecnología cada vez contribuye más a mejorar la calidad de vida y suma a la aspiración de una vida más larga.
“En la actualidad las ansias de inmortalidad de nuestra especie han llevado a algunos intentos desesperados como el del millonario Dave Asprey , un autodenominado biohacker que ha gastado una fortuna en modificar la estructura de su cuerpo para intentar prolongar radicalmente la vida”, señala Fernández Romar.
Otro millonario, ruso en este caso, lleva adelante otro proyecto con ambiciones de inmortalidad. Dmitry Iskov pretende “descargar” toda su conciencia, con sus vivencias y recuerdos personales, en un soporte informático y la creación de un avatar que aseguraría su supervivencia más allá de su cuerpo. “No es broma. Lo están intentando”, comenta el psicólogo. Pero lo cierto es que, más allá de estos experimentos dignos de la mejor literatura de ciencia ficción.
Después del duelo
La psicóloga Mónica Lladó, también del Instituto de Psicología Social, forma parte del Centro Interdisciplinario de Envejecimiento y trabaja junto a Mariana Paredes en el programa de estudios sobre transición a la jubilación. En su experiencia, Lladó ha notado que muchos profesionales, muchos de sus colegas incluidos, pasan por un período de “bajón” cuando llegan al retiro jubilatorio.
“Por ejemplo, hay gente que ha dicho toda la vida ‘cuando me jubile voy a escribir un libro, porque nunca tengo tiempo’, y cuando se jubilan les cuesta mucho escribir ese libro”, ejemplifica Lladó.
¿Y qué ha ocurrido? “Que el sentido que tenía escribir el libro, lo tenía en determinado momento de la vida y cuando se jubilan están en otra cosa. En muchas cosas, diría, a la vez”, observa Lladó.
Buena parte de lo que ocurre en esta etapa tiene que ver con la “desconexión” de la vida activa. “Porque tienen que hacer un duelo de lo que es el retiro de sentirse protagónicos en lo que hacen, transformarse en lo que los pone como retirados de la sociedad”, explica la especialista.
Y los caminos que sigue cada uno en esa etapa son tan diversos como individuos hay. Algunos se dedican de lleno a tareas manuales, otros emprenden cursos de los saberes más diversos (jardinería, huerta orgánica, música, aprendizaje de idiomas, etc.), otros hallan en la militancia política un apetecible sustituto que los mantiene conectados.
“Pero hay otros que lo único que los completa es el trabajo y si no pueden trabajar, porque por ejemplo están físicamente deteriorados, se deprimen enormemente y empiezan a pensar en la muerte, o se alcoholizan, o no le encuentran sentido a la vida”, apunta Lladó.
En relación con este fenómeno, la psicóloga llama la atención sobre el elevado número de suicidios que registra Uruguay entre hombres mayores de 60 años, la porción mayoritaria de los suicidios que registran una de las tasas más altas del mundo, con 19,64 cada 100.000 habitantes según los datos más recientes.
“Creo que tiene que ver con cómo la gente trabaja, el nivel de alienación en relación al trabajo es tal que reconstituir un proyecto de vida donde no esté mediado el empleo y el reconocimiento social que ello supone. Cuesta mucho reinventarse”, explica Lladó.
En esta relación entre ocupación laboral e identidad social reside, para la académica una de las claves del fenómeno. En muchos empleos, el desempeño se vincula al reconocimiento de los otros y el sentirse “necesitados”, aspectos que según la psicóloga contribuyen al narcisismo creado en relación con un trabajo. “Si tu trabajo te narcisiza mucho, ¿qué puede completar no tenerlo?”, se pregunta la investigadora.
Una de las tantas trampas de la vida activa de las que parece difícil salir. “El punto importante es poder proyectar tu deseo más allá del mundo laboral, más allá de todo lo que significa el mundo laboral que no es sólo las ocho horas. Tiene que ver con sentirse útiles, sentirse deseados, sentirse necesitados, sentirse reconocidos socialmente, tener amigos”, asegura Lladó.
Las amistades, sostiene la investigadora, juegan un papel clave en esta etapa. Muchos de quienes llegan a esta etapa de la vida, sobre todo quienes ya bordean la séptima década, comienzan a perder a la mayoría de sus viejos amigos, aquellos vínculos que hicieron entre la infancia y la juventud. El panorama para quien ha perdido amigos, parejas, o familiares particularmente cercanos comienza a ser desolador. Y por ello una medida de sabiduría es la de lograr entablar nuevas amistades y, sobre todo, más jóvenes.
“La diversidad de recursos sociales y afectivos, la capacidad de vincularse es importante. Otro viejo muy sabio como lo fue Norberto Bobbio (filósofo y politólogo italiano; Turín, 1909-2004) decía lo más importante que me queda de todo lo que he vivido, son los vínculos”, dice Lladó.
Para algunos “convertirse” en abuelos al cuidado de sus nietos sustituye estos vacíos vinculares, aunque siempre se trata de soluciones parciales. También los nietos crecen y siguen sus propios caminos. “Entonces ¿cuál es tu proyecto de vida una vez que tenés ocio, tiempo libre? Eso por no hablar de cuánto cuesta el tiempo libre. Vos sabés que tus ingresos van a bajar cuando te jubiles. ¿Qué es lo que esperás que pase? ¿Que te llueva plata del cielo?”, interroga la psicóloga. Hasta ahora, la meteorología no ha registrado nunca precipitaciones de este tipo.
Prepararse, entonces, parece ser la clave para pasar a esta nueva etapa. “Y en cuanto a los recursos sociales para la vejez, hay que decir que nuestro país no es de los peores, ni mucho menos”, asegura.
Si bien para muchos la posibilidad del ahorro antes del retiro, más allá del sistema previsional, es absolutamente restringida, todo esfuerzo en esa línea parece ser el mejor encaminado.
Y alguna perla de vieja sabiduría que, por supuesto, siempre dice algo más que solo sobre la vejez: Los hombres son como los vinos: la edad agria los malos y mejora los buenos (Cicerón)."
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