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¿No hay edad para cambiar?

Miércoles, 30 de Marzo de 2022
Envejecimiento y vejez

Ricardo Iacub*

Cuando se trata de lograr cambios personales, particularmente aquellos que provocan malestar, la edad puede presentarse como un elemento crítico, el que se resume en una remanida frase: ¿a esta edad, se puede cambiar?

La psicoterapia partió de un lugar negativo, en la medida que consideraba que las modificaciones psicológicas no eran factibles a cierta edad, y por ello los tratamientos parecían poco útiles. Actualmente los datos indican que dichas concepciones no eran más que el resultado de criterios prejuiciosos de una época.

Ahora bien, la pregunta que deberíamos formularnos es sobre la especificidad de ciertos factores que pueden estresar al sujeto en esta etapa. Sin duda, la más absurda amenaza que se cierne es la de una sociedad que valoriza negativamente al envejecimiento y descree de las posibilidades de las personas mayores. Lo que conspira y restringe conocimientos y recursos para favorecer a este colectivo.

Sabemos que algunas problemáticas pueden volverse más frecuentes, lo que no significa que les suceda a todos y mucho menos que no puedan encontrar soluciones, como la pérdida de roles laborales, las limitaciones o dificultades a nivel corporal, las pérdidas de seres queridos, la carencia de proyectos socialmente valorados, o de entornos vinculares más amplios.

La psicoterapia es uno de los medios a partir del cual la persona puede poner en cuestión lo dado para reflexionar alternativas de resolución.

Cuando las circunstancias personales difieren fuertemente de lo que se había vivido previamente, los mecanismos para manejar la realidad suelen verse disminuidos, dejando a la persona con menos recursos ante circunstancias que pueden resultar extrañas y temidas.

Los objetivos vitales se organizan en proyectos personales, los que no son el fruto de simples deseos, sino de un complejo interjuego en donde el sujeto evalúa quién es en este nuevo escenario. Por ello, es la propia identidad la que requiere repensarse y volver a definirse ante las crisis.

Una profesora universitaria, recientemente jubilada, se preguntaba si con su yo sería suficiente para afrontar esta nueva etapa.

Lo que muestra que en los diversos escenarios vitales se utilizan personajes, o ciertas formas de caracterizar al yo, que brindan seguridad y claridad abordar la vida y que luego solemos confundirlo con el “yo”. Es decir que, entre el personaje asumido y los escenarios establecidos, ya sean laborales, familiares o corporales, se producen ajustes sucesivos que permiten creer que uno es o está en el rol indicado.

Sin embargo, ante un cambio de envergadura, pueden volverse discordantes y generar un sentimiento de inadecuación creciente ante las nuevas circunstancias. Otro docente jubilado señalaba que antes era más creíble ya que su palabra era la de un profesor, mientras que ahora es la de un jubilado. Lo que muestra que la creencia en sí mismo, depende en buena medida de un escenario que pueda validar a la persona.

El cuerpo, otro de los referentes de la identidad, puede resultar extraño cuando existen cambios que ponen en duda la capacidad, la fortaleza o la imagen. Quién no escuchó decir a personas mayores: “mi cuerpo es viejo pero yo soy joven”. Esta singular escisión pareciera indicar la difícil aceptación de las modificaciones corporales y el esfuerzo psicológico que resulta necesario realizar para integrar dichos cambios.

Más aún cuando las dificultades alteran recursos tan básicos como nuestros sentidos, lo que resulta elocuente en la demora u olvidos de usar anteojos o, más aún, la negación de disponer de audífonos.

Sin dejar de mencionar el conjunto de limitaciones que pueden alterar el manejo de sí, lo que demanda esfuerzos psicológicos para afrontar cambios vitales de tal magnitud.

La reflexión sobre uno mismo, la reevaluación de los hechos, las compensaciones entre situaciones o personas que se encuentran mejor o peor, el humor o el apoyo afectivo en seres queridos suelen emerger como mecanismos de resolución propios del ser humano. Sin embargo, no siempre logran los objetivos planteados, o al menos no totalmente.

Ciertas circunstancias vitales emergen como piedras incómodas en los zapatos de las que resulta difícil poder salir sin ayuda. Cuando esto no se modifica, y aún más se naturaliza como un esperable de la edad, las personas suelen quedar heridas y, determinadas emociones como el enojo, el miedo, el resentimiento o la melancolía pueden cubrir el espacio de los deseos y proyectos añorados, derivando así en malestares o incluso en patologías mentales.

Aquí también, la psicoterapia es el medio más preciso, el traje a medida, para que el sujeto pueda reflexionar sobre sí mismo en un escenario distinto, con las limitaciones que puede contar, pero también con los recursos disponibles y por descubrir.

Quizás allí resida el espacio de libertad, ya que el sujeto puede generar nuevos relatos de sí, donde los condicionamientos de la edad no sean padecidos como una cárcel que encierra y priva, sino como una rearticulación de posibilidades factibles de ser aprovechadas, aun cuando no se asemejen tanto o puedan ser muy diferentes a las anteriormente vividas.

Un paciente que pasó los 80 años me comentaba que, del Viejo Lobo de Mar que había sido, solo quedaba un pescador de mojarritas, pero que seguía adelante día a día. Lo que sugiere que su personaje había cambiado, podía utilizar el humor para reevaluar las diferencias, pero la pesca, más allá del volumen del pez en cuestión, seguía siendo un estímulo para que la vida, logre el milagro de continuar, con entusiasmo.

Probablemente ese sea el sentido más acabado de la fortaleza humana y de lo que antiguamente se denominaba sabiduría, allí donde la psicoterapia con personas mayores puede ser un apoyo imprescindible.

*Ricardo Iacub es doctor en Psicología (UBA), especialista en Personas Mayores.

Fuente: Clarín - 06/01/2022
https://www.clarin.com/opinion/-edad-cambiar-_0_6YJJjXSo-.html