Informaciones

Se jubilaron con la mínima, hacen changas para sobrevivir y no tienen vivienda propia: “Mi miedo más grande es quedar en la calle”

Miércoles, 03 de Enero de 2024
Envejecimiento y vejez

“En la Argentina, el 26% de las personas mayores de 60 años viven en situación de pobreza estructural; los especialistas afirman que los que “peor están” son los jubilados recientes, para quienes la mayor preocupación es poder sostener un alquiler; muchos se saltean comidas y descuidan su salud.

Lía Barreto tiene 61 años y trabajó toda su vida. Su primer empleo fue a los 18, cuando dejó la secundaria para poder colaborar con su hogar en San Martín, donde vivía con sus padres, ambos correntinos de origen, y sus hermanos. Empezó en una casa de fotografía y a partir de ahí no paró.

Trabajó en negocios de todo tipo: en un local de lustre de zapatos donde además se vendía lotería y en el que pasaba 12 horas por día; una librería en Flores de la que recuerda los largos tramos en colectivo hasta las editoriales, cargando bolsas que terminaron “reventándole la columna”; varios locales de ropa; una pizzería; y una peluquería. Además, cuidó niños en una casa de familia.

Siempre intentó terminar el secundario y lo retomó en más de una oportunidad, pero nunca pudo. Como gran parte de esos empleos transcurrieron en la informalidad, durante varios años no tuvo aportes. Por lo cual, cuando logró jubilarse en noviembre pasado, empezó a cobrar la mínima (105.713 pesos, tras la última actualización de diciembre), pero con el descuento de la moratoria.

“Hasta ahora me pagaron solo el retroactivo y el aguinaldo. Me dieron apenas algo más de 300.000 pesos. Para mí fue una fiesta: fue la primera vez que veía tanta plata junta”, cuenta.

Sin embargo, ese entusiasmo le duró un suspiro. Enseguida, se pone seria cuando describe su realidad. Alquila una habitación dentro de la que define como “una casa que se está cayendo abajo y parece abandonada” en Flores. El baño y la cocina los comparte con el resto de los inquilinos.

Hace unos meses atrás, llegó a pesar 40 kilos: “Lloraba a mares porque no tenía casi ni para comer: era horrible mi situación, no tenía trabajo”, dice Lía, que actualmente se las rebusca cuidando perritos de personas que se van de viaje. La posibilidad de que algún día no llegue a pagar su habitación y se quede “sin un lugar donde vivir”, le da pánico.

“Es muy crudo, me pone mal porque uno laburó toda la vida y no es para que estemos así. Hace unos años me fui a Ushuaia a trabajar en un local de ropa. Vivía en una casita en la montaña y siempre decía: ‘Este es mi lugar en el mundo, acá me voy a morir’. Y mirá donde estoy ahora. Perdón que esté llorando. Es que es muy triste”, sostiene.

Su historia es el reflejo de muchas otras: una realidad de largo arrastre que se agudiza en los reiterados contextos de crisis socioeconómica. Aunque desde hace tiempo está instalada en la agenda la problemática de los escasos ingresos previsionales de quienes perciben una jubilación mínima, los especialistas advierten que muchas veces se pierde de vista lo que hay detrás: las historias de informalidad laboral exentas de aportes jubilatorios, de recurrentes “moratorias”, de imposibilidad de acceder a una vivienda digna y su impacto en la salud física y emocional de las personas mayores, entre otras muchas consecuencias.

Según los especialistas y organizaciones que trabajan con esta población, la mayor preocupación de los que se jubilaron recientemente con la mínima, como Lía, se vincula con la vivienda. “En general, pasan muchas necesidades de comida para poder pagar el alquiler. Ahora las habitaciones están muy caras. El otro día acompañé a Zulema, una señora de 73 años, a hacer un trámite, y se descompuso. Ahí me contó que el día anterior había hecho una sola comida y esa mañana no había desayunado. Imaginate que con la jubilación mínima no pueden pagar el alquiler, los servicios y comer”, asegura Stella Maris Della Rocca, coordinadora del Posadero Nuestra Señora del Consuelo, un espacio que depende de la Fundación Lumen Cor y que brinda acompañamiento, asesoramiento y contención a personas en situación de vulnerabilidad.

Los jubilados de la informalidad

En la Argentina, el 26% de las personas mayores de 60 años viven en situación de pobreza estructural. Por otro lado, el déficit de acceso a una vivienda digna alcanza al 12% de esta población y está muy asociado al nivel educativo (ya que el secundario completo suele operar como una suerte de “seguro”), mientras que el déficit de acceso a servicios básicos trepa al 23%. Otros datos: la escasez de proyectos personales (es decir, la capacidad de pensar proyectos más allá del día a día) abarca al 22%, mientras que un 15% admite sentirse poco o nada feliz.

Las cifras se desprenden del informe “Condiciones de vida de las personas mayores (2017-2021)”, elaborado por el Observatorio de la Deuda Social con las Personas Mayores de la UCA en alianza con la Fundación Navarro Viola.

Enrique Amadasi, doctor en Sociología e investigador de dicho observatorio, explica: “La situación es muy grave. Entre las personas mayores, hay 1 de cada 4 que está por debajo del umbral mínimo. Son más de 7 millones las que la están pasando muy mal. Sin embargo, es fundamental tener una mirada comparativa con el resto de los grupos etarios, porque está mal la sociedad toda: el 26% de los adultos mayores está en situación de pobreza, porcentaje que trepa al 46% en quienes tienen entre 18 y 59 años y al 56% en el caso de los ‘sub 18′”.

En esa línea, agrega que los “los nuevos jubilados” son los que se encuentran en peor situación, porque son “los jubilados de la informalidad, del trabajo en negro, que se tuvieron que jubilar con moratoria y que cobran la mínima”. Es decir, si se comparan “con los jubilados de la economía formal que tienen 30 años de aportes, los primeros están notablemente peor”. Y enfatiza: “Aunque socialmente está instalada la idea de que ‘los más viejos’ son los que se encuentran en una situación más complicada, esto no es así: hoy, si sos una persona mayor de 75 años, tenés una especie de escudo contra la pobreza y las condiciones más críticas de vida, versus una persona de 60 y ni hablar de los más jóvenes”.

“Llegué a pesar 40 kilos”

Lía cuenta que pudo jubilarse gracias al acompañamiento “amoroso e incondicional” que recibió en el Posadero Nuestra Señora del Consuelo, de la Fundación Lumen Cor, que queda en el barrio porteño de Villa General Mitre. Gracias a ese ingreso, hoy está comiendo mejor, pero cuando llegó a la institución su estado anímico era crítico.

“Llegué a tener una anorexia nerviosa: pesaba 40 kilos. Me agarró por depresión, no tenía ganas de nada. Stella, del parador, se desesperaba. Gracias a ellos conseguí que una iglesia cerca de mi casa me ayudara con bolsas de alimentos. Ahí empecé a tener arroz, fideos, lentejas. Ahora cortaron hasta marzo”, detalla.

Según Amadasi, si se pone el foco en las personas mayores, hay tres factores que comparten quienes se encuentran en situación de mayor vulneración de derechos: vivir en el conurbano bonaerense; habitar hogares “multipersonales mixtos”, es decir, acompañados de personas “sub 60″, que en general suelen ser hijos y nietos; y ser “seniors recientes”, es decir, aquellas personas entre 60 y 74 años que recién se jubilaron o lo hicieron hace relativamente poco, como Lía.

Al igual que le pasó a ella, otra realidad de muchos mayores de 60 años es la necesidad de rebuscarse un ingreso mediante “cualquier trabajito”. En 2023, el 28% de los adultos mayores activos accedieron a empleos precarios (el promedio general para toda la población fue del 26,5%), mientras que el 36% tuvo un subempleo inestable (que incluyen trabajos temporarios de baja remuneración o changas, algo que alcanzó al 24,3% de la población general). Los datos son del reciente informe “Escenario laboral 2004-2023: evidencias de la precariedad laboral y de la pérdida de ingresos laborales”, publicado por el ODSA de la UCA.

A las estadísticas, Stella Maris Della Rocca las palpa todo los días en quienes se acercan al Posadero que coordina hace siete años. El espacio funciona en la parroquia del mismo nombre todos los martes de 18 a 20. “Somos un grupo que atiende con mucho amor diferentes situaciones con el objetivo de que la gente se promocione y viva mejor. No hacemos asistencialismo, apuntamos a que puedan conseguir un trabajo y acceder a distintos derechos, por ejemplo a cuestiones previsionales con el acompañamiento de un abogado, a temas de salud, a subsidios habitacionales o a beneficios como la tarjeta Ciudadanía Porteña. Muchos ni siquiera saben que pueden contar con eso”, detalla.

De las 50 personas que acompañan de forma sostenida por año, aproximadamente un 10% son personas mayores. Stella subraya que la mayor preocupación de esta población es “quedar en la calle”, ya que “no tienen un lugar propio donde vivir, alquilan por lo general habitaciones y están permanentemente con el temor a que les aumenten, prefiriendo no comer bien para poder pagar el alquiler”. Dice que son personas que “están mal físicamente y buscan como sea la forma de preservar esa platita para tener una habitación, por la que pueden pagar 100 mil pesos por mes aunque esté en pésimas condiciones”.

Volviendo a Lía, en 2017 pudo acceder a un subsidio habitacional del gobierno porteño (además de a la tarjeta Ciudadanía Porteña, que le permite a personas en situación de vulnerabilidad acceder a algunos productos de primera necesidad). “Si lo pierdo, quedo en la calle”, asegura con angustia. Hace unas semanas, recibió un escrito del Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad indicando que debían volver a evaluarla para que pueda seguir contando con el subsidio. Enseguida se presentó en las oficinas correspondientes, pero aún no tuvo respuesta. La desesperación con la que convive es permanente. “Ahora me dieron un turno para el 5 de enero, no sé qué va a pasar”, agrega con la voz quebrada. Por la habitación que alquila actualmente paga 39.000 pesos, pero aclara que “en febrero va a subir”.

Lía tiene muchos problemas de salud. “Tengo fibromialgia, artrosis en todo el cuerpo y una desviación de la columna. Me acabo de hacer una resonancia, porque me desmayé hace un año y recién ahora pude conseguir que me la hagan por PAMI”, cuenta. “Me tengo que tratar la boca que es impresionantemente caro y tengo que hacer gimnasia porque lo necesito por mi salud, pero todavía no pude empezar. No tengo ningún tipo de sostén, no soy propietaria de nada, ni siquiera tengo un auto. Mi último trabajo fue hasta 2019 en una peluquería, lavando cabezas y poniendo ruleros, pero con la pandemia no me pudieron seguir teniendo”.

En todos sus años de trabajo, la mujer pasó por distintas provincias, desde Córdoba a Tierra del Fuego, donde atendió un negocio de venta de ropa. “En ese lugar hacían como que me pagaban los aportes pero cuando volví a Buenos Aires me di cuenta de que nunca aparecieron en la AFIP: me sacaron ocho años”, se lamenta. Desde hace unos meses y como una forma de rebuscársela, Lía, a quien siempre le gustaron los animales, trabaja cuidando perros.

Pasó Navidad con sus hermanos y Año Nuevo sola. No fue la primera vez, ya hubo otras fiestas en soledad. Aprovechó un arrollado que había quedado del 24 a la noche y una lata de duraznos y budines que le dieron en la Iglesia. Aunque hoy pudo recuperar 11 kilos y está contenta con el emprendimiento de los perritos, hay días en que siente que le gana la desesperanza: “No tengo más metas. Después de muchos meses de insistir, conseguí que el 9 de enero en PAMI me diera turno con un psiquiatra cerca de mi casa. Lo necesito muchísimo”.

Está muy agradecida con todo el equipo del posadero, desde el Dr. García, el abogado que la ayudó a hacer los trámites de su jubilación, hasta Stella y Guillermo, el chico que está a cargo del roperito y quien le dio un abrigo cuando más lo necesitaba: “Yo no me puedo comprar nada de ropa. Hace años, cuando trabajaba, iba a los outlets en Córdoba: era mágico. Pero con la jubilación eso se acabó”.

“Casi nos quedamos en la calle”

Gio tiene 64 años y hace cuatro que con su hermano, Pedro, llegaron a un hogar de tránsito para hombres que depende de Cáritas Buenos Aires. En ese momento, no habían podido sostener más el alquiler y Gio acababa de atravesar una crisis de salud mental que lo llevó a estar internado en el Hospital Rivadavia.

“Por suerte, no llegamos a estar en situación de calle porque la directora del hospital supo que mi hermano, que fue taxista 25 años, había perdido el trabajo, que yo cobraba una pensión por invalidez y que no teníamos dónde vivir: no nos alcanzaba ni para una pieza, era terrible la situación. Fue ella quien nos consiguió este hogar”, recuerda Gio.

No tiene palabras para describir la contención que recibió en ese espacio, ni lo privilegiado que se siente de poder tener “sábanas blanquitas, con olor a limpio; jabón para bañarse y comida riquísima” todos los días. Pedro se jubiló “con un poquito más de la mínima” y Gio, quien trabajó muchos años como empleado textil, cuenta que empezará a cobrar su jubilación el nueve meses.

“Hoy justo me fijaba en Facebook, en un foro de dueños directos que alquilan, pero los precios son imposibles: te piden 350 dólares por una habitación de dos por dos con baño y un adelanto de no sé qué cosa... Y ni siquiera te digo en CABA, sino en Florencio Varela”, dice con más tristeza que indignación.

En Cáritas Buenos Aires tienen dos hogares de tránsito donde en total alojan a 330 hombres en situación de calle: uno en Parque Patricios y otro en Constitución. Ambos funcionan mediante un convenio con el gobierno porteño. “Son todos mayores de 18 años y en principio recibimos hasta los 60, porque a partir de esa edad se espera que pasen a dispositivos de tercera edad. Lo que pasa es que no siempre se encuentran lugares y hoy tenemos entre un 10% y un 15% de adultos mayores alojados”, explica Juan Debuchy, su director.

Enfatiza que se trata de una problemática de largo arrastre. “Los jubilados que no tienen casa propia han perdido la capacidad de alquilar un lugar donde vivir. Los alquileres son caros y se necesitan garantías. La ecuación de alquilar y ser jubilado, no es sencilla, excepto que tengas una muy buena jubilación”, resume Debuchy. Dentro de la población que alojan, algunos mayores de 60 acceden a trabajos informales, como “changas” en ferias, lavaderos de autos, bacheros en restaurantes o serenos en algún garaje. Entre los que se la pasan buscando avisos laborales están Gio y su hermano.

Gio asegura que su sueño es poder alquilar un lugar para los dos. “Queremos tener algo propio, sabemos cocinar, somos de familia italiana, y lo más lindo que nos podría pasar sería tener una cocina y un baño para nosotros”, concluye con ilusión.”

FUENTE: lanacion.com.ar - 3/1/2024

https://www.lanacion.com.ar/comunidad/se-jubilaron-con-la-minima-hacen-changas-para-sobrevivir-y-no-tienen-vivienda-propia-mi-miedo-mas-nid03012024/