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Bogotá 22.04.2006
Está demostrado que la soledad no es la mejor ‘compañÃa’ y el contacto con otras personas hace más llevaderos los momentos de crisis.
Muchos estudios lo han dicho: la soledad no es buena compañera. Una investigación de la Universidad de Harvard vinculó la soledad en los hombres con mayores niveles de signos en la sangre asociados con la insuficiencia cardÃaca. En la Universidad de Duke, un grupo de investigadores halló que el riesgo de muerte en pacientes cardÃacos era mayor en aquellos que carecÃan de vida social. Otros estudios han planteado que los hombres que viven solos tienden a fumar y a beber más y en el caso de las mujeres, la depresión se vuelve su compañera. Una investigación reciente de la Universidad de Chicago encontró que la soledad incrementa el riesgo de hipertensión en personas mayores de 50 años.
Asà se pueden citar varios casos que ponen de relieve una sola cosa: la importancia de la familia y las amistades en cuestiones de salud, no sólo fÃsica sino también mental y afectiva. "La vida sana consiste, en parte, en prestar atención a los vÃnculos sociales en la vida cotidiana", dice John Cacioppo, profesor de sicologÃa que participó en el estudio de la Universidad de Chicago.
De ahà la importancia de establecer y renovar constantemente las redes de apoyo, como le dicen los especialistas a esas personas que nos rodean y con las cuales se puede compartir la cotidianidad.
Las hay de tres tipos. Las primarias que son aquellas personas que están en el entorno más cercano (familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo). Las comunitarias (asociaciones, iglesia, clubes, equipos deportivos, grupos de estudio o de recreación, etc.). Y las institucionales, ya sean públicas o privadas (colegios, universidades, hospitales, EPS, DefensorÃa del Pueblo, institutos, etc.)
"Las redes están ahÃ, unas más estructuradas que otras, unas para ciertos momentos y necesidades. Hay que identificarlas y activarlas cuando se necesitan, pero es una relación de doble vÃa: que me ofrecen y que ofrezco. A veces hay que buscarlas y otras veces hay que aceptarlas", dice la sicóloga Sylvia Afanador.
Aunque no falta quien diga que "al mundo solos vinimos y solos nos vamos", resulta muy agradable y edificante pasar ese tiempo entre la llegada y la partida rodeado de personas con quién compartir diferentes momentos de la vida.
Sin embargo, es un hecho que las grandes ciudades dificultan ese contacto por las distancias y ocupaciones.
"Cuando se tienen redes sociales, éstas se activan en momentos de crisis y son muy útiles para salir más pronto y en mejores condiciones de esas situaciones", dice la sicóloga.
Un momento de crisis puede ser un cambio de ciudad, una separación, la pérdida de un ser querido, una enfermedad personal o de un familiar, un accidente, una quiebra económica, quedarse desempleado o un cambio de etapa en la vida.
Contar con esas personas alrededor permiten sentirse acompañado, recibir un consejo en un momento determinado, obtener información útil para desenvolverse mejor en alguna circunstancia, satisfacer las necesidades de entretenimiento y recreación. "Todo esto hace que una persona viva más tranquila y bajen sus niveles de ansiedad y estrés. Si se está aislado somos más vulnerables a todo y en una crisis nos podemos consumir en ella si no contamos con el otro", agrega la doctora Afanador.
Hay etapas en la vida que son más propicias para necesitar compañÃa y ayuda, como en los cambios vitales de edad (la adolescencia, la adultez, la menopausia), la época de crianza de los hijos y la vejez.
"Pero en general somos malos para cultivar las redes, nos da pena, nos da pereza interactuar con otros y nos vamos aislando", concluye la sicóloga.
Cuando hay enfermos o personas con discapacidad
Patricia quedó mucho más tranquila cuando asistió a una reunión en la Fundación Acción Familiar Alzheimer. Allà entendió muchas de las cosas que hacÃa y le pasaban a su mamá y mejoró su trato con ella. En su caso era un familiar con Alzheimer, pero puede ser cualquier otra enfermedad crónica (cáncer, Parkinson, sida, etc.) o una discapacidad fÃsica, sensorial o mental. En estos casos se hace mucho más relevante la necesidad de tener redes de apoyo. "Debe participar el mayor número de personas de la familia. Cada uno puede aportar desde donde puede: con tiempo, con dinero, con el transporte, con compañÃa, etc. Lo importante es que todos estén informados de qué es la enfermedad y cómo manejarla", recomienda Claudia Varón, presidenta de la Fundación.
Después viene la red médica encabezada por el doctor, la institución que lo atiende y las asociaciones de pacientes o familiares. "Ahà se adquiere mucha información sobre el manejo que no dan los médicos", dice.También hay que activar la red institucional para utilizar los servicios de salud, recreación y educación, muy importantes en una discapacidad.
TIPOS DE REDES
ESTRUCTURA. La familia es la red más cercana, si esta falla por conflictos o no existe porque viven en diferentes ciudades, hay que activar las otras como los amigos. Esta es vital y generalmente se crea desde niños en el barrio y colegio. Cuando se va creciendo es menos fácil hacer amigos nuevos, por eso hay que cultivar los que se tienen. Si se pierde ese contacto hay que establecer nuevos. Si se tiene hijos, es bueno hacer una red con el colegio (profesores, papás de los compañeros, asociación de padres). En el vecindario es importante conocer a los vecinos.
En la tercera edad, la compañÃa es esencial
En la tercera edad es primordial la compañÃa y la actividad social, cognitiva y fÃsica. Se sabe que un hombre que enviuda muere más rápidamente si se queda solo. Los adultos mayores que no tienen apoyo social presentan trastornos del afecto, porque la soledad trae depresión y sensación de abandono. También trastornos de alimentación, porque no cocinan y terminan comiendo 'cualquier cosita'. Asà mismo, aumentan los riesgos de accidentes (caÃdas, por ejemplo) y de enfermedades porque también se vuelven más sedentarios.
Se ha demostrado que si un adulto mayor se enferma pero tiene compañÃa, se recupera más rápido, disminuyen los dÃas y los episodios de hospitalización, y las urgencias.
Y lo más importante, un anciano acompañado y activo, está más estimulado cognitivamente, incrementa su lenguaje, tiene mejor movilidad, se siente más seguro, más estable y más feliz, según la médica Victoria Eugenia Arango, de la unidad de geriatrÃa de la Fundación Cardioinfantil.
NO A LOS EXTREMOS
Dos puntos extremos que se suelen presentar con el adulto mayor son la sobreprotección o el abandono. Hay que buscar el punto medio en el que él se sienta cómodo y no se le aisle. "Lo mejor es el intercambio intergeneracional: que comparta con niños, con jóvenes, con adultos", dice la doctora.
Tampoco hay que tratarlos como niños que ya no saben lo que hacen. Debe primar el respeto, la dignidad y el amor.
Lo primero que se debe hacer es revisar cómo está la red familiar: hijos y nietos y qué actividades se pueden realizar con ellos. "Recuerden que querer no es una obligación, el amor se gana", dice la doctora, refiriéndose a que esos lazos entre abuelos, padres e hijos se establecen desde pequeños. No se puede pretender que en la vejez se den unas relaciones que no se crearon con tiempo.
Estas relaciones son de doble vÃa. No se trata de mirar al anciano como un desvalido porque él puede necesitar soporte pero también serlo.
Si se carece de familia o está lejos, hay que activar la red social con los amigos, con grupos culturales, de iglesia, del barrio, de clubes o de cajas de compensación.
También hay que tener organizada la red de salud con el médico, la EPS y el hospital. "Es bueno que un vecino o persona de confianza tenga una llave de la casa para cualquier emergencia", dice Arango.