La Revista Palabra Nueva de la Arquidiócesis de La Habana ha dedicado a las personas adultas mayores su N° 186 correspondiente al mes de Junio 2009. Se trata de cuatro artículos: Sonreír a los años, El envejecimiento y la vejez, En el calor de un hogar y Pocos y encanecidos, que refieren a la labor que realiza la Iglesia Católica Cubana, particularmente a través de Cáritas Cubana, en la promoción del bienestar de las personas adultas mayores.
Sonreír a los años
por Yarelis Rico Hernández
Una frase del Papa Juan Pablo II, incluida en su Carta a los Ancianos (1999), destaca que el “don de la vida, a pesar de la fatiga y el dolor, es demasiado bello y precioso para que nos cansemos de él”. En este mismo mensaje, el Sumo Pontífice, relata desde su propia vivencia de anciano, cómo la tercera edad puede ser un momento extraordinario para la vida de las personas y el mundo si se vive a la luz de la fe. Valga la última frase, “si se vive a la luz de la fe”, para pensar o creer que ha sido este el hilo conductor de la obra de Cáritas Cubana a favor de los ancianos. El ideal que le mueve no es ni ha sido una respuesta estratégica para responder a una realidad que se agudiza: la población cubana envejece; y con el arribo de un mayor número de personas a los 60 años, Cuba también envejece.
Cáritas, como parte de la Iglesia, de Cuba, de su realidad y de la vida de los cubanos, inspirada desde el Evangelio, busca cooperar en bien de la sociedad y de todos los que compartimos este espacio, al que muchos –especialmente los ancianos– no quisieran renunciar. Para ello ofrece una colaboración desde la base de un diálogo respetuoso. Hacer implica, ir al necesitado.
Los ancianos son hoy un desafío para el Estado cubano, cuya población envejece aceleradamente. También lo son para la Iglesia Católica , que sin aspirar a llegar a todos, desarrolla desde inicios de la década del 90 un proyecto de atención a la tercera edad, animado por Cáritas Cubana.
En un primer momento, la acción se limitó a un programa de ayuda humanitaria y de emergencia en algunas comunidades de la arquidiócesis de La Habana , dirigido hacia los ancianos más seriamente afectados por la llamada crisis del Período Especial. La ayuda consistía en la entrega de un pequeño módulo con material de aseo, ropa, medicinas y esencialmente alimentos a fin de paliar el déficit nutricional de estas personas. Este trabajo inicial, que de alguna manera acompañó los incipientes pasos de Cáritas –fundada en Cuba en 1991–, contribuyó a organizar un voluntariado que durante tres meses, en el año 1993, consiguió asistir a más de mil personas de la tercera edad.
Así relataba aquella primera etapa la Licenciada Maritza Sánchez, coordinadora entonces del programa y hoy directora de Cáritas Cubana: “En otras diócesis se llevaron adelante acciones similares con financiamientos a partir de donaciones que recibía la Iglesia. Para ello utilizamos las estructuras pastorales existentes en las comunidades e involucramos principalmente a la Pastoral de la Salud (PAS), fundada desde hacía 10 años. En ese momento, la PAS actuaba aproximadamente sobre 8 000 personas, de las cuales 6 000 estaban comprendidas en la tercera edad.”
En 1995, estas acciones puntuales se estructuran como Programa Nacional que nace primero en algunas diócesis para establecerse rápidamente en todo el país. Sin descuidar ni disminuir la asistencia en alimentos y medicinas y aprovechando la consolidación del trabajo del voluntariado en las Cáritas parroquiales, los objetivos del programa se ampliaron hacia la promoción del anciano; se implementan e inician entonces dos servicios esenciales: la elaboración de alimentos (creación de comedores en algunas parroquias) y el lavado de ropa (con la inclusión de lavadoras en algunas iglesias). También se asistía en su casa al anciano que por una u otra razón no pudiera valerse por sí mismo. Estos servicios fueron –y siguen siendo– realizados y ofrecidos por los mismos ancianos organizados en equipos, para de esta forma estimular la solidaridad entre ellos y su autoestima.
Con la ejecución de proyectos y acciones cada vez más ambiciosas, y con las impresiones ofrecidas por los beneficiarios del programa, los responsables del mismo se percataron de que los ancianos también necesitaban de un espacio y un tiempo para estar juntos, no era solo asistirlos, sino también que ellos, como personas, se levantaran en su dignidad. Surgen, en consonancia, los talleres de costura y artesanía, así como los grupos de espiritualidad, cultura y recreación.
En 1996 se organiza el primer programa de capacitación para formar a un voluntariado necesitado de herramientas que le permitieran crecer como persona y garantizar una mejor intervención. Para esta capacitación se conformó un equipo nacional multidisciplinario que integrarían psicólogos, trabajadores sociales y médicos. En ese primer módulo se impartieron elementos de demografía, cambios psicológicos en la vejez, aspectos sobre cómo aprovechar el ocio y el tiempo libre y elementos de gerontología. El programa duró tres años y se dirigió fundamentalmente al voluntariado, al anciano y a la familia.
UNA ETAPA MÁS DE LA VIDA
“La ancianidad es una etapa más de la vida, en la que van habiendo pérdidas pero también hay ganancias. El anciano debe aceptarse y asumirse como tal. Es importante que haga valer sus derechos por sí mismo, con su propia voz”, dice Migdalia Dopico, actual coordinadora nacional del Programa Tercera Edad, quien precisa además que “se trata de un concepto asumido por nosotros para conducir el trabajo en cada comunidad y que rige la metodología actual del programa, que mucho agradece a la asesoría ofrecida por Cáritas Alemana, en especial a la señora Christel Wasiek. Con su apoyo, se han desarrollado los talleres de formación, y en consecuencia las acciones, valiéndonos de concepciones gerontológicas que abogan por una mayor participación de la familia y la comunidad en la atención al anciano, dejando fuera los patrones de institucionalización.”
“La experiencia de estos años de trabajo –agrega–, y el resultado de un primer estudio del impacto de este programa, nos demostró que aunque el anciano agradece la ayuda material, le da más prioridad a sus necesidades de tipo psicosocial. Ellos, lo primero que reconocen es el amor que se les ha brindado y el espacio de encuentro que se les proporciona. En tal sentido coincidimos en que a los anteriores objetivos había que agregar otros. A partir de ese momento quisimos que fueran ellos quienes tomaran de ‘a lleno' las riendas del programa, se ‘empoderaran' de él. Iniciamos entonces un segundo módulo de capacitación que dirigimos a los animadores de los grupos de espiritualidad, cultura y recreación, un espacio de relación y comunicación que ellos han acogido desde el principio con muchísimo placer.”
Desde 2004, este programa cubano a favor del anciano, forma parte del Programa Regional para el Adulto Mayor de América Latina y el Caribe, al que se ha incorporado haciendo valer el enfoque de su trabajo, que busca lograr, entre otros objetivos, una mayor participación de los ancianos y cambiar en lo posible las imágenes negativas que sobre la vejez aún prevalecen en la comunidad cristiana y civil. Justo en ofrecer una imagen equilibrada de la vejez –etapa hacia la que todos caminamos–, en medio de una realidad donde el anciano ya no es minoría, encuentra el programa cubano su esencia.
Según refiere Migdalia Dopico, en cada diócesis hay un coordinador y un equipo de formación, voluntarios en su mayoría. “Estas personas vienen a La Habana , reciben el curso nacional y ellos lo replican a sus animadores. Esta metodología, que llamamos ‘en cascada' y que llega directamente al destinatario, también la hemos incorporado al Programa Regional”.
GRUPO ABIERTO
“Los grupos de ancianos, incluidos en el programa, están abiertos al barrio”, precisa Sheylah Gallardo, su coordinadora en Matanzas. “Y como están abiertos son muchas las personas de buena voluntad que se acercan a ellos con el interés de participar o ayudar en las actividades que se organizan. Aunque la Iglesia siempre trabaja desde lo pequeño, y sin muchos ruidos, sin lucirse en lo que está haciendo, las buenas obras siempre relucen. De ahí que en muchas de las actividades se incorporen trabajadores sociales, médicos, gente de pueblo con deseos de colaborar”. “También a nivel de base –agrega ahora Migdalia Dopico– hay colaboración con hogares de ancianos estatales y círculos de abuelos”.
En el año 2007, con la celebración del Primer Congreso del Programa Tercera Edad, Cáritas mostró al país lo que había hecho la Iglesia a favor de los ancianos. En aquel evento, considerado como una gran fiesta para los propios ancianos, también participaron personas de instituciones civiles, doctores, geriatras, psicólogos, pedagogos, así como una representación del Convento de Belén.
La experiencia aportada por el programa evidencia que el trabajo en red (familia, comunidad civil y de la Iglesia como otro actor social) es lo que garantiza el éxito de cualquier acción que se promueva en beneficio del anciano. “Solos –afirma Migdalia Dopico– no hacemos nada. Los recursos de Cáritas son limitados, por tanto hay un fuerte aporte local que ha logrado sostener el programa también, y que parte en ocasiones de la propia creatividad de los grupos”.
Para la actual coordinadora del programa aún queda mucho por hacer. “Imposible llegar a todos, como imposible cubrir todas las necesidades de los ancianos insertados en esta iniciativa. El reto está en reajustarnos a las especificidades y demandas de cada territorio, propiciando que todos los actores sociales tributen hacia un mismo objetivo: el anciano, su vida, su dignidad como persona”
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