Boletín CORV Nº 13 - Año 2 - Abril–Junio 2011.
Reiteradamente -en el espacio de la Gerontología- se mencionan las relaciones intergeneracionales, y con ellas, la solidaridad –también- intergeneracional, y en los últimos tiempos, ha tomado más fuerza la responsabilidad y la co-responsabilidad. Todas ellas –por lo menos en la teoría- basadas en el respeto, y en el marco de los derechos humanos.
Podríamos tratar de darle contenido a cada uno de los conceptos mencionados y de alguna forma, ubicarnos en los principios para un “modelo de atención”. De hecho, en la actualidad existen cursos sobre el tema. Pero de eso no se trata. Lastimosamente en muchos casos, no pasan de ser grandes propósitos o buenas intenciones.
De ninguna manera, pero sobre todo desde la perspectiva de los derechos humanos, se puede pensar en las relaciones intergeneracionales, así como la solidaridad y el respeto a la persona humana, como si fueran el desarrollo de simples acciones de buen comportamiento en el marco de la caridad.
No se puede hablar de respeto a las personas viejas cuando al mismo tiempo se mantiene la doble moral en la que se reafirma la idealización de la juventud en detrimento de la vejez, entre otras razones, por conveniencias del mercado de la salud. Por citar un ejemplo, ahora más que antes, se ratifica el estereotipo de la vejez como enfermedad física y mental, para crear –entre otras- la necesidad de la prevención, a fin de “retardar el envejecimiento”. Nada nuevo en el discurso de la gerontología, pero si obligado de reiterar en este escrito, pues no pueden existir relaciones, ni solidaridad, ni respeto, cuando se “alimenta” el desprecio por la vejez entre la juventud, y el miedo entre la niñez y la adultez. En este contexto los medios de comunicación, tienen una incidencia indiscutible.
Por otra parte, y sin desconocer que también existe “responsabilidad moral” de las personas viejas respecto a los demás, es necesario insistir en que son decisivos el respeto y la solidaridad que ellas se merecen de parte de la sociedad en su conjunto. No es posible que se continúe fortaleciendo la fuerte campaña en contra de la seguridad social integral y se encuentre tanto eco en las nuevas generaciones sin que por lo menos elaboren un mínimo análisis sobre la situación real (y eso sin entrar a considerar que ellas son las personas viejas de un futuro muy próximo). Dicho sea de paso, la seguridad social no es otra cosa que un derecho humano fundamental, porque está relacionado con el derecho a la vida, y las mejores experiencias de envejecimiento exitoso, activo e independiente se han dado con base en el verdadero sentido de la solidaridad.
La pobreza y la enfermedad (como carga familiar y social), y en general la falta de entornos favorables, sin lugar a dudas, inciden de forma significativa en las relaciones intergeneracionales como parte del desarrollo social. - No gratuitamente estos aspectos junto al problema de la participación han servido de base para las tres orientaciones prioritarias del Plan de Acción Internacional de Madrid sobre Envejecimiento-. Y si bien es cierto que “la solidaridad cumple un importante papel en la eliminación de la pobreza” (UN/Dic/2010), esto se logra solo si existen condiciones adecuadas en el marco de la protección, pues ello es lo que garantiza el derecho a la vida.
En realidad, se podrán mantener y fortalecer unas buenas relaciones intergeneracionales, cuando la base sea el respeto a la dignidad humana en todo lo que ello significa.
Una sociedad para todas las edades, en cualquier parte del mundo, es posible si hay garantía para el disfrute de todos los derechos humanos a todas las personas. Por eso el contenido de esta frase no puede quedar simplemente como un slogan que se utiliza para colocar en los documentos o repetir en las reuniones.
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