Al analizar la evolución proyectada de los distintos grupos de edad, uno encuentra la población infantil (de 0-14 años) y de jóvenes (de 15-24 años) en las próximas cuatro décadas, habrá reducido casi a la mitad su peso porcentual en la población total, en comparación al peso que representa hoy.
Al mismo tiempo, en ese mismo periodo, la población mayor de 50 años duplicará su peso en relación con la población total.
La implicación de estas tendencias es que:
1. Si se desea invertir en el capital educativo y en general en el desarrollo de las capacidades y destrezas de los niños y adolescentes —porque su futuro nos importa y porque de lo que sea su futuro dependerá lo que será nuestro futuro como país—.
2. Si se desea aprovechar la fase actual de la transición demográfica, —la fase del bono o dividendo demográfico—, en que todavía un porcentaje significativo de la población es joven y la población en edades productivas alcanza su mayor peso en la historia del país.
3. Si se desea enfrentar en mejores condiciones la fase del envejecimiento de la población —a la que arribaremos ineludiblemente en apenas tres décadas más—, mientras en cuatro habremos alcanzado el mismo grado de envejecimiento que exhiben hoy los países desarrollados.
De allí se sigue que el momento de comenzar a hacer los esfuerzos de la envergadura que sea necesaria para lograrlo, es ahora: el país no puede esperar por más tiempo.
Perder una o dos décadas más, sin hacer y sostener en el tiempo el esfuerzo de la magnitud indispensable para cambiar las actuales tendencias, manteniendo el actual ritmo al que marchan las cosas, implicaría arribar en un plazo relativamente cercano a un punto sin retorno, dada la velocidad de crucero que adquirirá muy pronto el proceso de envejecimiento.
Entiendo el abrumador —y agobiante— escepticismo, el pragmatismo y el descreimiento que predominan en nuestra sociedad. Pero siento la obligación moral de decir lo que encuentro en mi investigación, y el derecho de soñar, y proponer, que se haga el esfuerzo colectivo necesario para transformar estas tendencias.
Uno puede aspirar a “salvarse a sí mismo” y no pensar en nada más... pero, a menos que uno tenga suficiente poder y recursos, difícilmente se puede escapar de las tendencias estructurales que condicionan y sobredeterminan la suerte de la mayor parte de los individuos que habitan el país.
Un ejemplo: Costa Rica en alrededor de una década operó una diversificación productiva y exportadora de una envergadura tal que le permite hoy gozar de un estándar de vida general y una calidad media de los empleos, muy superior a los que prevalecen en nuestro país.
Esta situación beneficia a unos más que a otros, por supuesto, pero el promedio en prácticamente todos los campos es varias veces superior al nuestro. El no haber hecho el esfuerzo necesario en las pasadas décadas, ni estarlo haciendo, para Nicaragua implica condenarse a la reproducción de un círculo vicioso de baja productividad y bajos ingresos, con siete de cada diez empleos precarios e informales, y con la difícil situación que padecen la mayor parte de los niños, jóvenes, adultos y adultos mayores.
Pocos escapan a las tendencias que impone esta situación de baja productividad e ingresos. Incluso los graduados universitarios han visto cómo se deteriora la calidad de sus empleos y sus ingresos, de por sí extremadamente bajos, se han venido reduciendo en términos reales en la última década.
El problema real que me permito enfatizar es que el tiempo para cambiar estas tendencias se está agotando muy rápido. En tres o cuatro décadas un país puede cambiar sustancialmente, pero si y solo si desde un inicio se hace, y se sostiene en el tiempo, el esfuerzo de la envergadura es necesario.
(*) Economista
acevedo@ibw.com.ni
Fuente: La Prensa - 25/3/2014.
http://www.laprensa.com.ni/2014/03/25/activos/188173