Ellos no quieren que se les llame peluqueros. Se califican como barberos, de los pocos que quedan en Lima. Aquí sus historias
PASADO PRESENTE En su barbería del Rímac, Alcides Marcos muestra un tarifario de los años 60. Hoy cobra S/. 6 el corte. Él integra una generación de expertos en estética masculina que está en peligro de extinción.
Luis Silva Nole
Periodista
Diario El Comercio
10 de abril de 2015.
Aunque los retoques semanales de cabello, barba o bigote en locales con los clásicos sillones marca Cóndor ya son cosa de mediados del siglo pasado, aún en Lima existen hombres con pulcros mandiles que, entre tijeras y escobillas, mantienen vivo el espíritu de camaradería de la barbería tradicional. Artesanos que aún untan jabón con pequeñas brochas en las mandíbulas y en las nucas de sus amigos clientes, y que todavía son capaces de hacer un corte alemán si algún memorioso se los pide.
El Comercio recorrió ayer la ciudad y encontró a algunos de estos caballeros de la tercera edad que ponen el alto a cualquier desubicado que ose llamarlos peluqueros. Ellos dicen, orgullosos, que son barberos, de los pocos que aún quedan en la capital. El buen humor es común en estos hombres que, sin saberlo, imprimen a sus locales un ‘look vintage’.
Entrar a sus negocios, a los que acuden mes a mes abuelos, padres, hijos y nietos de las mismas familias, es ingresar a una película en sepia en la que siempre un ejemplar de este Diario está al pie del espejo, a disposición del cliente.
LA TENTACIÓN DE GLOSTORA
Jirón Madera 113, en el Rímac. Una seductora mirada de mujer detenida en el tiempo y en la pared, en medio de un enorme cuadro publicitario de los años 60, es el gancho de la barbería sin nombre que mantiene con el talento de sus manos Alcides Marcos Estupiñán, de 68 años. El mensaje de la publicidad es a la vena: “A mí me gustan los hombres que usan Glostora”.
Pero el ambiente retro no se nota solo en la alusión a la famosa brillantina que fijaba el copete. “Acá lo único moderno es el barbero porque todo lo demás es antiguo”, dice Alcides, antes de soltar una carcajada y señalar los sillones de 80 años, los espejos de cinco décadas, de la misma edad que sus tijeras y la navaja que de cuando en cuando afina en la vetusta correa de cuero que cuelga del viejo pupitre, en el que sus máquinas manuables –“las eléctricas no van con mi estilo”– lo esperan con sus mangos abiertos.
Es barbero desde hace medio siglo y aprendió el oficio en su Huacho natal. Desde hace 40 años trabaja en la misma dirección. “El 80% de mi clientela son adultos mayores”, saca cuentas. “¿Las peluquerías modernas? No lo digo yo –enfatiza Alcides–, lo dicen mis clientes que se han cortado el cabello alguna vez en esos sitios: no hacen lo que el cliente quiere, sino lo que el peluquero quiere”.
RECUERDOS POLÍTICOS
Juvenal Huamán Zorrilla, de 78 años, 60 de ellos dedicados a la barbería, dice que es capaz de hacer todo tipo de corte, “menos esos dibujitos que ahora se hacen en la cabeza algunos muchachos”. En la barbería Victor’s –llamada así en honor al dueño–, en la cuadra 3 del Jr. Cervantes, en el Cercado de Lima, Juvenal da cátedra desde hace 40 años: “Para cortar y afeitar bien hay que tener miles de horas de práctica, buen pulso y mucha paciencia”.
Nunca olvida que en los 70 se aterró cuando soñó que le cortaba la oreja a un cliente y que luego se la cosía. Tampoco que a fines de los 80 el entonces ministro de Economía César Vásquez Bazán cerraba la cuadra con patrulleros para que lo atienda. Ni que el político aprista Luis Gonzales Posada, de joven, ‘metía cabeza’ y se fiaba los cortes. “Pedrito Otiniano cantaba bajito ‘Cinco centavitos’ mientras le cortaba”, recuerda.
CORTE VALIENTE
Juan Pichilingue La Rosa, a sus 78 años, es el barbero de Miraflores. En su local, en el que trabaja desde hace 50 años, ha acicalado las cabezas de muchos personajes. “Por aquí –cuadra 2 de la Av. Grau– han pasado el arquero Eusebio Acasuso, el poeta Antonio Cisneros y tantos que ya no recuerdo. Lo que sí recuerdo es que una vez un cliente me dijo: ‘La vejez es para los valientes’. Y yo soy valiente”, dice Juan mirando el añejo banderín del Deportivo Municipal que corona sus espejos.