Ricardo Iacub
La función afectiva resulta una de las más visibles, ya que la figura del nieto condensa sentimientos en parte asociados al hijo y su pareja, parte a la relación que se va conformando con los intercambios concretos. Para los abuelos implica renovar contactos afectivos de gran magnitud en los cuales se reedita algo de la paternidad, aunque sin las mismas exigencias. Se relanza una entrega amorosa a alguien desconocido, al tiempo que tan conocido, y se movilizan rumbos poco explorados en un momento donde otros roles empiezan a encontrar sus límites. Para el nieto estos contactos tienen una envergadura especial ya que los abuelos suelen conformar un primer exterior al vínculo con los padres. El cariño y cuidado de los abuelos generan un lazo de afectos positivos que vuelve al mundo un lugar más seguro, dando espacio a momentos iniciales de independencia, como la experiencia de dormir sin los padres, “en lo de los abuelos”. Y cuando éstos no tienen que oficiar de cuidadores a tiempo completo, se posibilitan intercambios donde se aminora el sentido de autoridad y control asociado a las relaciones con adultos, y puede dar lugar a encuentros que facilitan vivencias de menor exigencia y más disfrute.
Otra función que nos muestra la potencia de este encuentro es la simbólica. La construcción de una historia que trasciende al nieto y lo enhebra a una genealogía construida con elementos del pasado ayuda a erigir un relato más amplio y complejo que puede fortalecer el concepto y la estima de sí. Conocer quienes fuimos, aun cuando no nacimos, genera la sensación de que nuestra vida se continua para atrás, en otros que fueron imaginando nuestro destino, o en qué devendremos, imaginándonos ya mayores. Es habitual, en distintos momentos de la infancia, una serie de preguntas existenciales que van desde el origen hasta el sentido de la vida y que suelen alojarse en ese espacio transicional que permiten los encuentros con los abuelos. Lo que también ayuda a pensar a esos padres tan plenos de poder, en momentos semejantes a los de ese niño, para desde allí construir sus propios recorridos. Para los abuelos, los nietos son una de las formas de trascendencia más claras y ciertas. Cipe Lincovsky definió esta continuidad en el tiempo como “volar”, “ya que te da la posibilidad de verse en ese nieto, que ni siquiera pasó por tu vientre, en un gesto, en un rasgo” agregaría en un proyecto de vida.
La tercera función aparece del lado de la ayuda directa que se prestan nietos y abuelos. Función que pareciera estar más cercana a la confusión y a las complejas contradicciones de una sociedad que fue transformando en pocas décadas los roles familiares, de género y de edad.
Los apoyos cotidianos que pueden brindar los abuelos, también llamados instrumentales, pueden tomar características y significados muy distintos: desde el encontrarse para jugar o salir a pasear hasta el abuelo “remis” y la abuela esclava. Las familias han ido modificando sus formas de relacionarse y encontrarse. La convivencia intergeneracional, se ha vuelto menos habitual, y la frecuencia y tipos de visitas menos formal y más conversables.
A pesar de los grandes cambios a nivel de los roles de género, una reciente investigación (Chapman y otros, 2017) destaca el tiempo y la energía que les lleva a las mujeres definir su rol de abuelas. Unas pocas lo consideraron como el reflejo de su disponibilidad y deseo pero la mayoría entendía que dependía más de las necesidades de la familia. Las expectativas de género, ser mujer en este caso, sigue siendo una demanda que tiene un peso singular, particularmente cuando las necesidades de los hijos aumentan y en clases sociales menos acomodadas donde no es posible contar con apoyos pagos. Lo que llevó a considerar el término de “abuelos esclavos”, con una casuística principalmente femenina, y a la psicóloga española Anna Freixas a señalar que si las abuelas hiciesen un paro, un país se detendría. Para muchos varones, en cambio, las transformaciones de género, les permitió abrirse al juego y a la demostración afectiva que no siempre se animaron a brindarles a sus hijos.
Los roles según la edad han sido otra de las variantes de cambio. Por un lado hay una mayor valoración de los intereses y ocupaciones de los abuelos, más allá de las obligaciones familiares, y por otro lado hay un incremento de la ocupación en los nietos. Aunque están aquellos que la jubilación o la edad parecen haberlos dejados carentes de roles considerados apreciables y adoptan la abuelidad, en parte, como una salvaguarda de cierto sentido de utilidad y valor personal.
Más allá de algunas sombras, este encuentro puede seguir conectando vidas en momentos disímiles, y quizás por ello particularmente sensibles, que iluminen las vidas, construyendo afectos, apoyos, intercambios o historias que fundan y re crean al ser humano.
Ricardo Iacub es doctor en psicología, especialista en Tercera Edad
Fuente: Clarín – 17/02/2018.
https://www.clarin.com/opinion/abuelos-nietos-encuentro_0_ByypXkBvG.html