“Las desigualdades de género son un desafío omnipresente que enfrentan las mujeres en todas las etapas y ámbitos de sus vidas. Desde la infancia hasta la vejez. Y es que, aunque a menudo reparemos en cuestiones de la etapa adulta, como aspectos del ámbito laboral relacionados con la brecha salarial y la representación desigual en puestos de liderazgo, en la vejez, estas disparidades forjadas por estructuras sociales que perpetúan la supremacía masculina y la subordinación de las mujeres suelen pasar desapercibidas. Las repercusiones de estas actitudes y comportamientos machistas que sufre la mujer en la última etapa de su vida, unidas a esta invisibilidad, se sitúan en el punto de mira de los profesionales, quienes piden un abordaje urgente para garantizar que sean respetadas por todas las personas, instituciones y administraciones.
“La desigualdad entre mujeres y hombres afecta a todas las etapas de la vida: no tiene las mismas implicaciones multifactoriales envejecer siendo una mujer que siendo un hombre”, afirma Verónica Gallego, trabajadora social miembro de la Comisión de Trabajo Social y Feminismo del Colegio Oficial de Trabajo Social de Madrid. Esta trabajadora social de atención social primaria señala que el problema de base es que las mujeres mayores de nuestro tiempo fueron socializadas en un entorno patriarcal y han enfrentado en silencio las violencias machistas, aceptando el rol tradicional con el miedo a ser juzgadas, al rechazo familiar y social y, por ende, miedo a vivir en soledad.
Sin embargo, existen otros factores que hace a esta población especialmente vulnerable a cualquier forma de violencia machista. Es el caso de no tener seguridad económica. La brecha salarial y laboral que han experimentado a lo largo de sus vidas puede traducirse en pensiones más bajas o incluso la ausencia de una pensión. En otros casos, ocurre que estas mujeres han asumido roles de cuidado no remunerados durante décadas, lo que impacta en sus oportunidades para construir una carrera sólida y acceder a seguridad económica en su vejez. Esto aumenta su vulnerabilidad económica en la vejez y puede derivar en riesgo de pobreza y exclusión social. “Las mujeres han vivido tradicionalmente comprometidas con el cuidado de todas las generaciones, lidiando con las diferentes formas de violencia machista y doméstica, haciendo una gran aportación a la economía familiar sin ser reconocida. Además, se han enfrentado a disparidades en áreas como el acceso a la educación, oportunidades laborales y salarios más bajos, lo que puede llevar a una importante inseguridad financiera durante la vejez que se une a otros factores como el propio estigma relacionado con el envejecimiento”, explica esta trabajadora social.
El estigma relacionado con el envejecimiento o la discriminación por edad, conocida como edadismo, es un fenómeno que impide la participación de personas mayores en espacios sociales, que es donde se reparten privilegios y recursos. “La combinación del edadismo con la variable de género desencadena y refuerza estereotipos, incrementando la marginación experimentada por las mujeres mayores”, subraya Verónica Gallego. Y es que, estas ideas, que suelen incluir conceptos como la disminución de la capacidad cognitiva, la falta de productividad, la fragilidad física o la irrelevancia social, pueden llevar a la discriminación sistemática de las personas mayores. Se manifiesta en la marginación, la falta de oportunidades y el trato condescendiente o despectivo ocasionando daños en la autoestima y la percepción que tienen las personas mayores sobre su propio valor y contribución a la sociedad.
Estas vivencias influyen, irremediablemente, en el modo en el que afrontan su vejez, un periodo en el que no debemos olvidar que se avanza hacia la fragilidad. “Adentrarse en la vejez es entrar en una etapa en la que se acumulan debilidades y, de manera especial, pueden coincidir diversos ejes de vulnerabilidad, la interseccionalidad de ser mayor, ser mujer y ser pobre.
Percepción de la violencia
El conjunto de estas experiencias condicionará la percepción sobre la violencia. Así, ocurre, por ejemplo, que, a algunas mujeres les cuesta distinguir entre el amor y el abuso, entre la amabilidad y la coacción, entre la formalidad y el desinterés, entre el buen trato y el maltrato, al tener interiorizado un control patriarcal que les ha enseñado a ser buenas, obedientes y sumisas”, apunta Verónica Gallego.
Estas vivencias también condicionarán la capacidad que tendrá la mujer de pedir ayuda. Esto coincide con una tendencia alarmante en los patrones de violencia de género que haya surgido recientemente, especialmente entre la población joven, la cual “recupera” ciertos aspectos de la violencia que afecta a nuestras mujeres mayores: la correlación entre el aumento de la falta de percepción de la existencia del machismo y entre el aumento de las relaciones de control y pertenencia.
Con todo ello, surge un desafío para las organizaciones. “Que haya una negación del sistema patriarcal o que se sigan buscando esas relaciones románticas patriarcales de la misma manera que en momento histórico más antiguo tiene como consecuencia que el sesgo de género afecte gravemente a estas mujeres y que el sistema de protección tenga que trabajar las consecuencias de la violencia sobre las mujeres de forma más global y compleja”, concluye Verónica Gallego.”
Nota de la Editora: la nota ha sido editada para presentar un lenguaje actualizado en la forma de referirse a las personas mayores.
FUENTE: larazon.es - 25/11/2023