Washington López es uruguayo y jubilado. Tiene 76 años y desde hace más de diez vive con su hijo, su nuera y sus tres nietos.
Mariana Martínez
Columnista, BBC Mundo
10.04.2006
Y si bien vivir con su familia lo llena de alegría, también reconoce que lo hace por necesidad.
Desde el día que colgó para siempre el delantal que lo acompañó por más de 25 años como fiel compañero de trabajo en la carnicería que abrió con el dinero que heredó de sus padres, supo que el futuro en materia económica no le sería muy auspicioso.
Los aportes realizados al sistema de pensiones durante sus años de trabajo y lo que éste ahora le provee en forma jubilación, no le alcanza para vivir independientemente y sin contar los centavos cada fin de mes.
Algo que automáticamente lo ha colocado en el papel de abuelo "dependiente", sin perspectivas de cambio en los próximos años. A no ser, como dice Washington, "que me gane la lotería o que reciba alguna herencia escondida, cosa que dudo mucho".
Pero Washington no es el único retirado en la región que atraviesa por esa situación.
Los adultos mayores que no tienen ingresos o que simplemente lo que reciben en forma de pensión no le alcanza para vivir, son muchos en América Latina y el Caribe.
Una realidad amarga
Sólo cuatro de cada diez personas mayores de 70 años recibe algún tipo de ingreso por jubilación o pensión en la región, el resto hace malabarismos para sobrevivir; mientras que el 70% de los adultos mayores vive en hogares multi-generacionales -compuesto por hijos, nietos u otros familiares.
Y, como si fuera poco, si no se hacen cambios en el corto plazo, el futuro será poco alentador.
América Latina y el Caribe enfrentan un proceso de envejecimiento de su población, que resulta uno de los más acelerados del mundo, por lo que la brecha entre el número de trabajadores activos y los retirados podría todavía aumentar en los próximos años.
Así lo dice un reciente informe dado a conocer por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), donde se asegura que la región tendrá que hacer cambios para reducir las condiciones de pobreza y elevar la calidad de vida de los adultos mayores en la región.
Reformas no alcanzaron
Según la CEPAL, una de las lecciones que ha aprendido América Latina y el Caribe en las últimas dos décadas, es que la realidad de sus países no permite que los procesos de reforma de los sistemas de pensiones estén basados exclusivamente en los modelos tradicionales de seguridad social.
Es decir, aquellos que se basan en la protección de los trabajadores del sector formal a través de cotizaciones o aportes durante su vida activa.
Esto se debe a que este tipo de pensiones dependen exclusivamente en la capacidad del trabajador de hacer aportes en forma constante a lo largo de su vida laboral.
Algo que ha dejado afuera a aquellos que trabajan en sectores informales, en actividades estacionales -como lo son, por ejemplo, las tareas del campo o de construcción- o de baja productividad.
Se calcula que en América Latina y el Caribe, más de la mitad de los trabajadores laboran en sectores informales de la economía.
La CEPAL también advierte que la incorporación de componentes de capitalización en los sistemas de pensiones de algunos países -aquellos que se basan en cuentas individuales de ahorro y en los que los aportes de los trabajadores son invertidos en instrumentos financieros- en general, no se tradujo en un aumento de la participación contributiva.
Por el contrario, contribuyó a eliminar parte de la solidaridad inherente a los sistemas de reparto.
Esta situación se agrava mucho más al tomarse en cuenta el rápido envejecimiento de la población en la región (el ratio entre los que ya no están en actividad y los que trabajan, se aceleró), lo que pone en evidencia las dificultades que tendrán estos países para satisfacer las necesidades del consumo y cobertura de salud de un número creciente de adultos mayores, en los próximos 25 años.
Entre los países de envejecimiento avanzado se encuentran países como Uruguay y Argentina, donde aproximadamente 15% de la población tiene más de 60 años, mientras que entre los de envejecimiento incipiente están Haití, Honduras, Nicaragua y Paraguay, con alrededor de 5% y 7%.
¿La solución?
La CEPAL asegura que la región deberá trabajar en la búsqueda de un sistema de pensiones que combine un componente de reparto -el aporte que hacen los trabajadores a lo largo de su vida activa-, un esquema de capitalización -cuentas de ahorro individual que se invierten en activos financieros- y un programa de pensiones no contributivas -es decir, para aquellos que no hicieron aportes- garantizadas para los adultos mayores en niveles de pobreza.
Así como un componente de solidaridad para que aquellos que aportaron pero que reciben pensiones muy bajas, puedan recibir un monto que les garantice calidad de vida.
Según cálculos de la CEPAL, si se entregaran pensiones no contributivas equivalentes al valor de la línea de la pobreza de cada país a todas las personas de más de 65 años que se encuentren por debajo de ese nivel, sería posible reducir en promedio la incidencia de la pobreza en la vejez, a un costo cercano al 1% del Producto Interno Bruto (PIB).
No cabe duda entonces que en manos de los gobiernos de América Latina y el Caribe está que las familias dejen de ser la principal fuente de protección de los adultos mayores, como lo han venido siendo hasta ahora.
Para que el hecho de brindarles ayuda a nuestros "abuelos" sea una opción y un gesto de amor, y no producto de la necesidad.