El “efecto viudez”
Martes, 28 de Agosto de 2007
Canal: Envejecimiento y vejez
El Universal (México)
27.08.2007.
Rodolfo Tuirán
Todos sabemos que la muerte es inherente a la vida, aunque nunca estamos preparados del todo para aceptarla. La muerte la experimentamos casi en carne propia cuando alcanza a algún familiar o amigo cercano. Algo de nosotros muere con ellos e incluso, como dice Elías Nandino, "nos hace sentir que ya no somos".
A medida que se prolonga tanto la esperanza de vida como la longevidad de las personas, la muerte se transforma en un evento que sobreviene principalmente durante la vejez. La experiencia del duelo también está desplazándose —en ciertas relaciones interpersonales— hacia las edades avanzadas. Así ocurre, por ejemplo, con la viudez: la edad media de las mujeres mexicanas al momento de la muerte del cónyuge es hoy en día de 66 años, cuando a fines del siglo XIX era de 40 años. En contraste, la edad media a la viudez entre los hombres pasó de 42 a 70 años en el mismo periodo. Esta condición la comparten en México alrededor de 2.5 millones de personas adultas mayores (casi tres de cada cuatro son mujeres).
Después de una larga vida en unión, la muerte en la pareja genera efectos disruptivos y suele imponer a quienes sobreviven dolorosos ajustes en su vida. Quizá por eso existe la creencia de que estas personas son más propensas a enfermar (la llamada "carga del cuidador") o incluso a morir (el "efecto viudez") luego de la hospitalización o fallecimiento del cónyuge.
Un artículo reciente de Nicholas Christakis y Paul Allison, publicado por The New England Journal of Medicine, aporta evidencia que avala la existencia de ambos efectos. Se trata de un estudio muy revelador que recogió —durante nueve años— información de una muestra seleccionada al azar de más de medio millón de parejas estadounidenses de entre 65 y 98 años de edad. Sus hallazgos sugieren que a menudo la enfermedad o la muerte constituyen fenómenos que funcionan en red. La hospitalización o el fallecimiento de uno de los cónyuges efectivamente tiende a aumentar el riesgo de enfermar o morir de la pareja cuidadora. Según esta investigación, la etapa de mayor vulnerabilidad ocurre durante los 30 días siguientes a esos sucesos. Además, cuanto más añosas son las personas, mayor es dicho riesgo. El estudio revela que ciertos padecimientos de las personas enfermas resultan más perjudiciales que otros para la salud de sus parejas. De hecho, cuanto más interfiera una dolencia en las capacidades físicas o mentales del cónyuge, y cuanto más onerosa resulte, peor será la evolución de la salud de la pareja cuidadora.
La muerte o enfermedad del cónyuge mina la salud de la pareja sobreviviente a través de diversos mecanismos: pueden causarle estrés o privarla de apoyo emocional, social o económico, y por esta vía provocar alteraciones en su estado de ánimo, afectar negativamente su sistema inmunológico o acentuar las conductas que ponen en riesgo la salud.
En cualquier caso, el estrés y la pérdida de apoyo actúan de manera distinta a lo largo del tiempo: el estrés puede durar algunas semanas o meses, mientras que la falta de apoyo puede prolongarse varios años. Quizá por eso tanto el "efecto viudez" como la "carga del cuidador" aparentemente son más severos entre los hombres que entre las mujeres. Esto es así porque ellas suelen establecer redes de apoyo más densas, efectivas, duraderas y multifuncionales antes y después de sobrevenir la muerte del cónyuge.
Los efectos de las relaciones interpersonales en la salud tienen importantes implicaciones para la política pública en la materia. La más obvia es la exigencia de trascender la perspectiva individual de la enfermedad y reconocer la necesidad de poner en marcha intervenciones para proteger a las personas de las secuelas que deja la hospitalización o la muerte de sus cónyuges. En estos casos, las intervenciones tanto de apoyo a la pareja cuidadora inmediatamente después de esos sucesos, como de seguimiento a su estado de salud en los meses posteriores, pueden resultar cruciales. Sólo así será posible evitar lo que Jaime Sabines describe con pulcritud: "Esperar que murieras era morir despacio".